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Julio González de Buitagro fue el cocinero jefe de la Moncloa durante treinta y dos años. Le dio de comer a los cinco primeros presidentes de la Democracia y a sus familias: Suárez, Calvo Sotelo, Felipe González, Aznar y Zapatero. Con Rajoy se jubiló, por lo que se perdió la oportunidad de atender al que seguro hubiese sido el más agradecido de sus comensales. No lo tuvo que hacer mal entre los fogones el señor Buitrago, pues le concedieron la Cruz de Caballero de la Orden del Mérito Civil. Ya sabemos que un estómago agradecido tiende a la dádiva, como un corazón enamorado se escora por norma a la cursilería.
En una entrevista reciente, González de Buitagro ha comentado la frugalidad de la alimentación de los Rodríguez Zapatero durante sus años monclovitas, basada fundamentalmente en el Reino Vegetal. No pretendo hacer una identificación simplista entre socialismo y veganismo. Aunque es cierto que muchos santones y profetas de las utopías sociales fueron vegetarianos (Hitler también), en Andalucía nuestro socialismo siempre gozó de buen apetito, y nunca el langostino de Sanlúcar o la vaca de los Pedroches tuvieron mejores propagandistas. El gran Euleón, quizás el mejor crítico gastronómico que ha dado la Sevilla del cambio de milenio, defendió en su momento que los socialistas eran más gourmets que los peperos, recién llegados entonces al Palacio de San Telmo. “Todos parecen a dieta”. Era, imaginamos, la única forma de que les entrasen esos trajes tan estrechitos que son del gusto de los cachorros liberales.
Pero no todo eran puerros, alcachofas y gazpachos de sandía en el clan Zapatero. El propio González de Buitrago cuenta cómo en cierta ocasión que don José Luis se quedó de rodríguez –nunca mejor dicho– pidió al chef que le preparase todo un señor potaje de garbanzos. Y eso nos recuerda que, incluso en los campos más yermos, puede sorprendernos una hermosa florecilla. Los garbanzos (fardones, zegrís, negros, blancos lechosos, pedrosillanos...) son los infanzones de nuestra gastronomía, el blasón de Galdós, el alimento democrático que une a hidalgos y arrieros, la munición que expulsa a los extranjeros. Quizás el problema de Zapatero es que estuvo demasiado sometido a la dictadura verdulera familiar y no frecuentó más a menudo esas pesadas digestiones que van conformando poco a poco el alma española. Al ex presidente le faltan los aires de Fuentesaúco, las asambleas en torno a las ollas podridas, los cocidos, los pucheros de Iberia. Y quizás por eso vaga por el mundo, de Venezuela a China, representando los intereses de las tiranías y dándole cobertura ideológica a ese hijo producto de un penalti de madurez.
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