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VERICUETOS
Es morirte de frío. Todos hemos hecho este chiste alguna vez. Posiblemente sin darnos cuenta de que alberga una verdad universal, como es el paso del amor al odio. Quienes han creado alguna obra de arte saben a la perfección que es imposible gustar a todo el mundo y que la mayor parte de las veces se puede llegar a ser aplaudido para, acto seguido, ser fustigado sin motivo ni piedad.
De ahí que resulte primordial permanecer impasible a la sonrisa y al ceño fruncido, al elogio y a la crítica. Humano, sí, pero distante. Desapego le llaman… Lo único que debe molestar a un artista es la indiferencia, el pasar desapercibido, el no existir. Eso sí que es desquiciante y desmotivador, pues deja al artista desnudo ante su propia debilidad, sin esa coraza refulgente que representa su obra. Esa soledad es diferente a la que se necesita para el acto creativo; esta otra es una soledad sepulcral, donde nadie lleva flores ni limpia el nicho donde yace quien una vez quiso tener un nombre y que ahora ni siquiera goza de una lápida reconocible.
Todo creador es un ser débil, dependiente y vanidoso, por muy seguro que se muestre ante el público. Detrás del personaje hay una persona con traumas, complejos, problemas, dramas, taras y mermas, como cualquier otra. Y aunque el personaje se muestre altivo, en la intimidad de cada cual surge el rechazo a sí mismo, el cilicio bien apretado en la conciencia y las ganas de bajar los brazos y de que dejen de temblar las piernas.
Por eso resulta tan trágico ver cómo las divas de mercadillo y saldo se derrumban por el peso de su propia mentira, convertida esta en una verdad de cartón piedra, con el beneplácito de quienes en el fondo solo buscan vivir a su costa y hacer caja, no con su talento sino con su lamento. Y cuando no se es capaz de sonreír ante el fracaso uno pasa a ser el hazmerreír por culpa de una egolatría enfermiza e irreal, engordada con esmero para las fieras del circo. Hacerle creer a un artista que su obra agrada o debe agradar a todos es la forma más cruel de acompañarle al precipicio. De ahí que algunas de esas divas, ni tan valientes ni tan poderosas, sigan caminando en el aire sin percatarse del abismo bajo sus tacones. Y sin esas alas mediáticas que por ahora las sustentan, al final acabarán cayendo en picado sobre el escenario de alguna que otra verbena de pueblo. Ese será su único cielo. Allí, cerca del infierno helado que supone el olvido.
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