Ingresos menos gastos

02 de diciembre 2025 - 03:07

Si, como dice la noticia, esta navidad gastaremos una media de 1.300 euros por persona, que paren el mundo, que me quiero bajar de las actuales categorías de persona, gasto, navidad y noticia. En la friolera del montante no solo interviene el consumismo voraz al que, por tierra, mar y wifi, nos conminan (consumir es, desde hace ya, la principal forma de egotismo y la única manera concebible de entretenernos, guapearnos, socializar o demostrar nuestro amor por alguien), sino además –lo recordaba ayer aquí mismo el profesor Víctor J. Vázquez– el imparable aumento del coste de la vida. Tener un techo propio bajo el que guardar el fuego con el que cocinar alimentos que sean sanos empieza a ser, si no imposible, prohibitivo. A ello hay quienes suman los consumos arriba referidos, con tal de sentirse integrados, o el coste de necesidades básicas relegadas a lujos, como ponerse un diente o pagar un psicólogo que nos ayude a que no nos vuelvan más majaras.

El mismo día en que cierro las cuentas del mes, autónomos de toda España se manifiestan en las calles. No me extraña. Porque lo que ganamos hay meses que se va en pagar la cuota y los gastos de la actividad. Porque, aunque estemos enfermos, no dejamos de currar; no podemos permitirnos dejar colgado a quien nos demanda. Porque ya nos han dejado caer, para que nos vayamos mentalizando, que la reforma de las cotizaciones se plantea con subidas en las cuotas. Digo yo que tocaría lo contrario: redistribuir la carga fiscal para que no recaiga sobre las costillas más descalcificadas del Sistema. Esto debiera saberlo un Gobierno autodenominado progresista. En el engranaje de ingresos menos gastos, mueren ahogados el tiempo, el tesón y nuestras necesidades básicas, que cada día cuestan más.

De este siglo ominoso, me dan risa dos palabras: conciliar y privilegiada. “Conciliar” porque, siendo verbo transitivo, lo empleamos de forma intransitiva, etérea. “Tengo que conciliar”, decimos, sin saber qué con qué, emulando el idioma del poder. Sueña una con (re)conciliar al menos la supervivencia con la vivencia… “¡Pero yo soy una privilegiada!”, decimos a continuación, regurgitando consigna tan perversa, por el mero hecho de tener nevera o cama. Privilegios no tenemos. Acaso derechos, que conquistaron por nosotros y estamos perdiendo. Y gratitud por ellos.

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