Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Qué bostezo
Iba caminando a la Antigua Fábrica de Tabacos, sede del edificio central de la Universidad de Sevilla. Homenajeaban a Francisco García Tortosa, traductor del Ulises de James Joyce, en el primer aniversario de su muerte. Las calles de la ciudad son como el laberinto por el que daba vueltas Leopold Bloom. Da igual que no sea Dublín. La capital irlandesa es una metáfora del trasiego homérico. La primera visión tuvo lugar en la llamada calle de los Buenos Libros, junto al Corte Inglés del Duque (el Duque de la Victoria, es decir, el general Baldomero Espartero). Un padre llevaba en el transportín de su bicicleta a uno de sus hijos. El otro, algo mayor, ya pedaleaba en la suya. Giraban por la calle Jesús del Gran Poder, junto a la sala San Hermenegildo que fue una de las primeras sedes del Parlamento Andaluz. El segundo de los ciclistas, con el casco reglamentario, llevaba una camiseta blanquiverde en cuyo dorsal se leía Isco y el número 22. Los tres siguieron la etapa reina por una de las calles más llanas de Europa. Seguí caminando por la calle Tetuán, la paralela a Sierpes. El Éufrates y el Tigris del centro histórico. Una más comercial, la otra más turística. Iba justo de tiempo y en la Plaza Nueva estaba a punto de salir el tranvía. La primera parada es junto al Archivo de Indias, una atarazana para investigadores; la segunda, en la entrada del hotel Alfonso XIII, en cuya puerta vi en una ocasión a Ava Gardner. La calle María de Padilla, nombre de la amante de Pedro el Cruel, separa el lujoso edificio del lugar donde nació el mito de Carmen la Cigarrera. Hay que tener cuidado con el tranvía y con el carril-bici por la calle San Fernando, por la que antes corrían las aguas del arroyo Tagarete. Un hombre entrado en años, que debe ser bastante más joven de lo que aparenta, lleva toda su vida en un carro de supermercado: ropas de abrigo, un paraguas, una sillita, varios paquetes de pan bimbo. Camina con dificultad, costalero del paso de sus días. Uno se lo imagina durmiendo en la calle, donde verá muchas más de las cinco estrellas que adornan las calidades del hotel Alfonso XIII. Por edad, podría ser el abuelo del niño que iba en bici detrás de su padre. Llevaba una camiseta que en la espalda decía Isco 22.
No hay mayor gloria para un futbolista. Ni las estadísticas que agigantan a este malagueño de Arroyo de la Miel. Sólo el holandés Johan Neeskens era más joven que Isco entre los pocos futbolistas que han ganado tres Copas de Europa consecutivas. Uno con el Ajax de Amsterdam, otro con el Madrid. Isco 22, no hay número más balompédico, el ídolo del niño y del anciano, del príncipe y del mendigo, disputará el próximo miércoles en Polonia la primera final del Betis en toda su historia. Contra el Chelsea con el que jugó en juveniles Sammy, el hijo de Silvio, que se casó con una inglesa en el Cachorro. Un día tan histórico como el 28 de abril de 1935, cuando ganó la Liga (todavía vivía Joyce, no había nacido su traductor García Tortosa) o el 25 de junio de 1977, día en el que el Betis se impone en la Copa del Rey al Athletic de Iríbar y Chechu Rojo. Un día después de la histórica foto en la que Suárez le daba fuego a Felipe en la onomástica del rey Juan Carlos.
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