En tránsito
Eduardo Jordá
¿Tú también, Bruto?
Y cardos borriqueros en las vías del tranvía. Mis ojos han visto lo uno y lo otro. Lo primero nada más salir de mi casa, subiendo o bajando la cuesta del Hospital que une Juan Pedro Gutiérrez Higueras con el Gran Eje. Lo segundo, en tres incursiones recientes al campo bravo de Jaén.
Allí, entre cancelas y cercados plagados de reses, el campo luce esplendoroso. Está “de durse”, que diría un petulante. Nuestra vista puede desparramarse en el horizonte sin advertir que entre el verdor puede haber un becerro encamado que se nos arranque si no andamos con mil ojos.
En la ciudad, cualquier día me sale una liebre de entre los jaramagos que rodean los alcorques donde urge poner solución a la floración incontrolada. Ya me ocurrió hace más de quince años una noche saliendo de la sala de estudio de la biblioteca de la Universidad de Jaén – episodio que ya relaté por aquí- y nuestra historia reciente está plagada de escarceos sorprendentes de la fauna salvaje por las calles y cuestas de nuestro Jaén, donde igual aparece un zorro en el hospital, un caballo desbocado por el Gran Eje o un marrano por Las Fuentezuelas.
A fin de cuentas la fauna es imprevisible. Pero la flora no. Que aquí se haya pegado lloviendo incesantemente parte del invierno y el inicio de la primavera como si esto fuera Irlanda en vez de Jaén no es argumento para justificar que la ciudad esté incontroladamente verdosa. Porque realmente está envuelta en una actitud perezosa: la de no desbrozar.
Urge poner a funcionar cortacésped en el césped artificial del tranvía, meter la tijera de podar donde proceda o directamente desembarcar un tráiler lleno de chotas por muchos rincones de Jaén para que se pongan a mordisquear todo lo verde. Que es mucho.
Ha pasado Expoliva con todo el trasiego de visitantes que eso acarrea y de por medio nos hemos quedado sin recibir a los Reyes con motivo de la milenaria celebración de la capitalidad de Jaén. Esto último aún está por suceder. A tiempo estamos de darle un charipeo importante a la ciudad para entonces y que Jaén, por muy rural que sea en su esencia e identidad, también esté a la altura de la capitalidad que ostenta y pretende conmemorar pomposamente. Y para ello qué menos que recurrir a esa norma no escrita que sentencia que “para serlo, lo primero es parecerlo”.
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