
La ciudad y los días
Carlos Colón
Relato contra realidad
Vericuetos
En Jerusalén hay un monte con olivos. En Jaén, que bien podría ser su síncopa, hay alguno sin ellos. Y si en cada primavera se recuerda la traición olivarera que tuvo lugar hace dos mil años, en estos lares de la Alta Andalucía también se celebra la Feria Internacional del Aceite de Oliva como punto de encuentro para un sector tan exprimido y vareado por las políticas agrarias de turno y por la sangre y el sudor taciturno que levantó estos árboles milenarios y miguelhernanderianos…
Donde antes había lienzos, varas, capachos, rodillas en carne viva y manos encallecidas, ahora todo vibra y sopla al compás del negocio, llenando pabellones de nuevas máquinas que hacen las campañas más cortas y rentables. Ya no hacen falta cuadrillas, ni risas, ni talegas. Todo se arregla con unas cuantas manos oscuras, de esas que tanto gustan a la gente ordenada cuando se trata de ahorrarse unos buenos cuartos. Décadas a la sombra del PER no fueron suficientes para evitar la España vaciada y ya nadie quiere trabajar los campos, porque para ello hay que soltar el móvil.
Ahora la sombra la producen los paneles solares, cuyo fruto se recolecta solo y, como ya sucediera con el carbón, que fue sustituido por el gas de Argelia, el aceite se exporta ahora de Túnez mientras aquí se fomenta más la calidad que la cantidad. Yo, que en absoluto soy un entendido en la materia y opino de él con más corazón que conocimiento, como buen hijo de mi tiempo, sí puedo decir con orgullo que he ido a la aceituna. Pero no como ahora sino como antaño, tirando de los lienzos con ellos al hombro; metiendo los dedos en terreras llenas de cristales de hielo para sacar una a una las aceitunas negras y los nudillos sollados; cargando los serones del mulo que podía subir donde no alcanzaban los todoterreno; cerrando los ojos por la noche y seguir viendo puntos negros en los párpados; oliendo a todas horas el aroma característico de la cosecha…
Por eso, pese a no tener ni un terruño a mi nombre, sigo sintiendo como propio este bosque de olivos en el que he crecido y me sigue doliendo que, a pesar de todos los esfuerzos, su cultura se vea permanentemente amenazada por la modernidad y el libre mercado. El olivo es más patrimonio que ganancia, más símbolo que madera, más un sueño que una realidad. Y de nada sirven ferias, museos y denominaciones de origen si entre todos no somos capaces de mantener al olivo como forma de vida y como núcleo vertebrador de nuestra provincia. Puede molestarnos el polen y provocarnos alergia, pero lo que más nos molesta es comprar el litro de aceite a diez euros y que encima no sea jaenciano. Porque esto, al final, nos arrastrará a consumir el tunecino, para mayor vergüenza nuestra y para la ruina de nuestros agricultores.
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