No son películas

03 de junio 2025 - 08:00

El pasado 20 de mayo un angelito subió al cielo antes de tiempo y, desde ese día, hay una persona en Linares que no puede conciliar el sueño. Muchas más, dirán ustedes, pero una por encima de todas: La que olvidó al pequeño que tenía a su cargo dentro del coche, convencido de que lo había dejado, como todos los días, en la guardería. Esa es su versión y eso es, también, lo que debe que dirimir ahora la Justicia, el Juzgado de Instrucción número 1 de Linares, que tiene la obligación de buscar culpables, si es que los hubo. En todo caso, de esclarecer lo que realmente sucedió esa fatídica mañana de martes.

Mientras, la sociedad se pregunta cómo es posible que haya sucedido otro, otro, increíble olvido con resultado fatal. Porque, no era el primero conocido y me temo que tampoco el último. No voy a entrar en el hecho de que sea padre de acogida, ni en otros factores particulares, porque todos tienen sus propias connotaciones. A toro pasado es muy fácil juzgar y demasiado simplista sacar conclusiones vacías. Pero, más allá del amarillismo en el que tan fácil es caer, se echa de menos un seguimiento cercano del desenlace de la historia. No tanto en este caso, aún muy vivo, sino en otros que suceden y nunca más se vuelve a saber qué ocurre con los protagonistas. Como en los casos de asesinatos de mujeres en los que tan poco énfasis se hace luego en las condenas de los autores. Nos quedamos en la tragedia y no en las consecuencias.

Los errores humanos son eso, humanos y errores. Pero, dicha semejante obviedad y ante la certeza de que tarde o temprano puede volver a suceder otro “olvido” tan dramático y doloroso, quizá se podría valorar algún tipo de cortafuegos. Como, por ejemplo, implantar protocolos rápidos y eficaces en los centros educativos que se activen si un alumno falta a clase y no esperar a dar la voz de alarma cuando llegue la hora de ir a recogerlo. Que ya suele ser demasiado tarde.

Así se evitarían, también, los olvidos de criaturas en los autobuses escolares durante horas, como de hecho sucedió a principios de mayo en Cádiz y, por fortuna, con final menos trágico.

Mi madre siempre decía que no le gustaban las películas en las que sufrían niños, por eso no las veía. Lo triste, de verdad, es cuando lo que sucede no es ficción, sino la pura y dura vida real. Ahí no puedes cerrar los ojos o cambiar de canal.

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