El pataleo

13 de diciembre 2025 - 08:00

Nos ha dado por correr. No sé si lo hacemos para superarnos o para dejarnos atrás a nosotros mismos, pero corremos. Paso a paso, zancada a zancada, con la respiración entrecortada, sudor en el cuello y dolores hasta en el alma, el caso es que seguimos corriendo cual Filípides, como si nos fuera la vida en ello. Quienes no lo hacen bromean argumentando que correr es de cobardes, pero en Jaén ya les aseguro yo que es de valientes, dada su orografía. Aquí o se sube o se baja; rara vez se pisa en llano.

Lo que sí está claro es que el jaenciano pisa fuerte, ya sea para no escurrirse en los días de lluvia con el mármol de algunas baldosas, para no tropezarse con los habituales socavones de sus calles, o para ejercer su derecho al pataleo cuando le toman el pelo con tranvías que no funcionan, promesas que no se cumplen o inscripciones en carreras populares que son un auténtico fiasco. El jaenciano lo soporta todo; se enfada, hace pucheros, grita, se contagia del malestar, pero a menudo no hace nada más y al final termina claudicando por pura desidia. En el fondo al jaenciano le gusta criticar, opinar y reiterar su queja, de modo que cuando algo se arregla le molesta porque dejará de tener tema de conversación hasta la próxima negligencia de la que hablar. Aunque cuidado con tocarle el ocio. ¡Por ahí no pasa!

Yo mismo fui uno de los incautos que esperó turno en la noche del martes pasado durante más de dos horas y doce mil personas delante mía con tal de inscribirme en la Carrera de San Antón, posiblemente el evento anual más multitudinario de cuantos se celebran en la capital del Santo Reino. Y digo incauto porque hay que serlo para mantener la ilusión durante todo ese tiempo y, sobre todo, la esperanza de que el sistema informático fuese capaz de soportar la más que previsible avalancha de Filípides que a buen seguro íbamos a colapsar la aplicación. Uno cree siempre que todo va a ir bien o que, en el peor de los casos, podrían darse algunos fallos técnicos puntuales y perfectamente subsanables. Pero no fue así… Tras las citadas dos horas de rigor pude acceder al club de los elegidos y comencé victorioso a formalizar la solicitud cuando, de repente, la página pasó a un blanco sobrecogedor mientras en mi interior resonaba varias veces la palabra no. No, no… ¡No, no, no, no, no! Cada vez más rápido, como un tic, como una ráfaga de disparos, antes de comprobar que había sido redirigido de nuevo a la línea de salida con más de trece mil personas antes que yo (¡13.000!, que en número hace más bulto). Imaginen ustedes mi mueca, rozando la parálisis facial, pero sobre todo imaginen el fuego que poco a poco iba avivándose en mis ojos.

El final de la tragedia se consumó como no podía ser de otro modo. Abandono de toda esperanza y paseo indignado por las redes sociales en busca de los miles de damnificados que, como este servidor, se fueron a dormir con la clara sensación de haber sido víctimas de una inocentada por adelantado. A la mañana siguiente, cuando desperté, el dinosaurio todavía estaba allí, que diría Monterroso… Y allí sigue casi una semana después, porque el jaenciano puede permitir impasible que su tierra sea esquilmada, que le arranquen sus olivos para colocar paneles solares, que le pongan en la puerta de casa plantas de biogás, que su infraestructura ferroviaria sea el hazmerreír de toda Europa, que el casco antiguo de la capital sea zona de guerra, que sus carreteras estén parcheadas hasta el sonrojo o que de vez en cuando saquen el tranvía para que parezca que se mueve… ¿Pero que le dejen sin dorsal para la San Antón? Antes se lo fotocopia y corre gratis. Pero correr, ¡vaya que si corre! ¿Qué se han creído estos? Se van a enterar… Cucha… Ea… Ni pollas..

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