Planeta Nobel

18 de octubre 2025 - 08:00

Mientras que la ética pretende teorizar de forma universal, la moral depende de la sociedad. No está mal la frase para que dejen a uno de leerlo nada más comenzar… Pero usted seguirá leyendo; lo sé. No sería ético por su parte dejarme con la palabra en la boca, así que proseguiré con mi cantinela. Como decía hace unos renglones, la ética busca el bien absoluto frente a las normas morales, más basadas en convenciones sociales y, por tanto, mucho más inestables. ¿Siguen ahí? Me alegro…

Pues bien, con esta introducción pretendo hacerles entender que, en la actualidad, la ética ha muerto. Lo absoluto no vende; ya solo convence lo inmediato, lo volátil, lo superfluo. Nos movemos por la moral imperante en cada momento, por la moda del pensamiento manipulado, por la propaganda y el folleto de buzón. Nada de tener principios, que eso es muy aburrido; lo que impera ahora es la chaqueta del Primark de la moralidad. Esa tejida con el hilo tan agradecido de los lugares comunes del cuñadismo, que cada vez viste más gente. Moral de mala calidad, pero barata y bien vista. El prêt-à-porter de la mediocridad…

Nuestro mundo se mueve, no ya con impulsos, sino con los estertores de quien se sabe en las últimas. Como sociedad estamos llegando a un punto de no retorno donde, a mayor conocimiento a nuestro alcance, mayor resulta la ignorancia, hasta el punto de que los máximos referentes culturales son ahora los mejores ejemplos de esa decadencia. Ha resultado escandaloso comprobar cómo en las últimas semanas el Premio Nobel de la Paz ha estado a punto de recaer en el Calígula de nuestro tiempo, para al final pasar a manos de alguien que lo admira profundamente, con tal de que no se notara demasiado la desvergüenza de otorgárselo a semejante personaje. Por otro lado, a nivel nacional hemos asistido a la entrega del Premio Planeta de Novela a un polemista cuyo mayor mérito es ejercer de esposo y trabajar para el mismo grupo que organiza el premio, como viene pasando ya desde hace demasiados años. Y que conste que ni he estado presente en las mesas de negociaciones diplomáticas al más alto nivel ni he leído una sola línea del escritor premiado. Posiblemente, ambos señores se merezcan el reconocimiento, pero algo me dice en mi interior que ninguno de los dos pasará a la historia como defensores de la ética, sino de su propia y particular moral. Y claro, eso, a mi entender, le quita todo el valor al premio que le den, sea el que sea, porque no es buen ejemplo para la juventud que se reconozca solo a ególatras.

Dicho esto, y mientras termino de escribir este artículo, no puedo, sino acordarme de Sandra, la niña de catorce años que se ha quitado la vida nada más llegar del colegio. Víctima de acoso escolar no pudo soportar más el profundo dolor que supone ser el objeto de burlas, ofensas, agresiones e incomprensión de tus iguales. Y pensando en ella y en mis propios hijos, caigo en la cuenta de que quizá su muerte no es sino otra consecuencia más de la sociedad tan inmoral en la que sobrevivimos, carentes como andamos de referentes de nivel y de toda ética que nos permita vislumbrar con claridad el camino a seguir. Lástima que tenga que morir una criatura para que yo mismo pare en mi rutina y dedique unos segundos a meditar sobre qué hacer para cambiar esta dinámica. Y siento decirles que no lo sé; no tengo ni idea de cómo actuar. Lo único que se me ocurre es que cada uno de nosotros, como individuos, paremos más a menudo y no alimentemos los monstruos del odio, la rabia, la envidia y el miedo. Porque de nada sirven los premios si nuestra alma está podrida. Busquen en su interior esos ideales que deben movernos a todos sin distinción y olvidémonos de Nobeles y Planetas, que no sirven de nada; hagámoslo por Sandra. Ella, que ya no está, es la única importante...

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