Vericuetos
Raúl Cueto
El caso
España es el paraíso de las pulseras. Quien más, quien menos luce una en el antebrazo como seña distintiva de formar parte de algún colectivo. Cofradías religiosas, causas solidarias, hoteles con todo incluido, incluso la bandera nacional… Todo sea porque nos identifiquen los nuestros. Cada cual se enorgullece de lo que quiere y busca la complicidad donde considera; que, al final, el sentimiento de pertenencia es lo único que nos salva cuando nos quedamos a solas cada noche con nuestros problemas. Nada como un trozo de tela atada a la muñeca para sentirnos más seguros de nosotros mismos…
Pero hay una pulsera diferente que en estos días se ha puesto de actualidad. Los dispositivos antimaltrato son auténticos grilletes para esos malnacidos llenos de odio que son incapaces de dejar vivir en paz a sus exparejas e hijos, aunque por alguna razón están fallando. Y fallan, no solo poniendo en peligro a las cerca de cinco mil mujeres que sufren a diario la amenaza de sus agresores, sino también la credibilidad de la clase política, ya sea la parte que gestiona y debe responsabilizarse de este sistema de vigilancia o ya sea la parte que está deseando que suceda alguna incidencia de toda índole para aprovechar la oportunidad de lanzarse al cuello de su presa ideológica.
En cualquier país civilizado, con un mínimo de decoro y tradición democrática, lo fundamental habría sido solucionar el problema de forma prudente, sin provocar alarma y pensando siempre en las víctimas para, acto seguido, debatir respetuosamente sobre las medidas preventivas que aseguren que no vuelva a suceder nada parecido. Pero en esta piel de toro lo que manda es embestir, recaudar votos a cualquier precio y, por duro que resulte decirlo, hasta esperar que se produzca alguna agresión por culpa de una pulsera defectuosa, porque ese hecho supondría la muerte simbólica del rival de bancada.
No les engaño si les digo que lo que de verdad no soporto ni entiendo es la frivolidad manifiesta a diario; verles cómo se ríen y hacen aspavientos mientras se habla de un tema tan delicado como es la violencia de género me revuelve las tripas. Por mi parte solo espero que no haya que lamentar ninguna desgracia por culpa de ningún desgraciado y que se resuelva cuanto antes la avería. La de las pulseras, por supuesto, pero también la de nuestra pobre democracia, a ser posible. Mientras esto pasa, lo veamos o no a corto plazo, lo mejor será mantenernos alejados de todo veneno y apretarnos bien la pulsera del sentido común, que esa nunca falla...
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