Juana González
Perdidos
Una de las herencias más venenosas que el binomio Zapatero-Sánchez va a dejar a los españoles es el clima de guerracivilismo dialéctico que, desde hace tiempo, se puede detectar en las tribunas políticas y periodísticas gracias a esa gran operación de intoxicación de la opinión pública llamada “memoria democrática” –memoria histórica de soltera–. Lo que podría haber sido un acto de justicia y reparación democrática para todos aquellos (he dicho todos) que sufrieron la violencia durante y después de la Guerra Civil se ha convertido en una sibilina arma de manipulación para deslegitimar a la mitad de los españoles y aumentar las posibilidades de permanencia en el poder de Sánchez y sus múltiples aliados. Lo paradójico es que Franco, al fin, se ha convertido en un verdadero Cid, el cadáver que el Gobierno achucha contra sus adversarios para ganar las batallas.
El gran veneno de la memoria histórica no es recordar los crímenes del franquismo en sus distintas etapas. Eso entraría dentro de lo lógico y deseable en nuestra democracia, la que se inauguró con la Constitución del 78, que supuso una refundación de España para no repetir los muchos errores del pasado (también los de la II República). El gran veneno, decíamos, es la creación de un relato absolutamente delirante, falso y maniqueo (un bulo, por usar la manoseada palabra de moda) según el cual hubo un bando beatífico y ejemplar (el republicano) y otro demoníaco y detestable (el nacional). Para ello, claro, hay que inflar en lo posible los desmanes franquistas y poner absoluta sordina a las tropelías de la amalgama de totalitarios de izquierda y burgueses ateneístas que permanecieron leales al régimen del 31. El ejemplo más cómico de esta añagaza es cuando se visita una iglesia y el guía te comenta que tal retablo desapareció en “los sucesos del 36”. Es decir, que lo quemaron (a veces con el sacristán dentro) los heroicos defensores de la república.
Pero ya hace tiempo que ha comenzado una rebelión contra el abuso de la mentira pseudohistórica gracias a historiadores de primer nivel como Julius Ruiz, Fernando del Rey o Manuel Álvarez Tardío. También a políticos como Pedro Corral o escritores como Francisco Núñez Roldán (ex comunista, por cierto), cuyo documentado libro TerrorRojo (Sekotia) nos vuelve a recordar que la historia fue más compleja y que las culpas hay que repartirlas mejor. Una pena, pero todos nos encontramos ya en una gran lucha en un lodo tóxico. La gran herencia de Zapatero-Sánchez.
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