Rincones y Cortados

15 de diciembre 2025 - 03:09

Nos gustaba creer que vivíamos en un país tranquilo, camino de la normalidad aburrida de los calvinistas europeos. Pero bajo la manta, pululaban los listillos, corruptos y sinvergüenzas, que nos han devuelto a nuestra peor tradición de los pícaros. Un personaje genuinamente español que surge en los siglos XVI y XVII y más allá, hasta llegar a nuestros días. Un país en el que bullen estos personajes, que Ángel González Palencia ha retratado en su obra La España del Siglo de Oro de esta manera: “...es producto del orgullo nacional, en una clase de gentes no habituadas al trabajo, y que viven de ciertos servicios, y no se avergüenzan de comer la sopa de los conventos. Literariamente es el pícaro, hombre que, sin ser verdaderamente criminal, pertenece al hampa; tiene pocos o ningunos escrúpulos, particularmente en proporcionarse medios de mantenimiento; es humano, buen creyente, aunque pecador; no está habituado en modo alguno al trabajo regular y constante, sino que es perezoso y holgazán; su ocupación normal es la de servir a otro; hurta, pero no roba, es astuto, ingenioso e imprevisor y simpático”.

El pícaro español está en la mejor tradición de Lázaro de Tormes, que solo buscaba sobrevivir, que ya nos parece hasta ingenuo, el Guzmán de Alfarache mucho más cínico, el Buscón de Quevedo más ambicioso y los simpáticos, pero ladrones y truhanes, Rinconete y Cortadillo, de la Sevilla de Cervantes. Aunque lo hemos perfeccionado y mucho. El pícaro español es un arquetipo que ha trascendido la literatura y se ha adaptado a la sociedad contemporánea, aunque con formas y contextos muy diferentes a los del Siglo de Oro. Desde las dificultades de la posguerra española que nos muestra Cela y la marginación social que describía Sánchez Ferlosio, nos hemos deslizado al liante, al tramposo, para llegar a la cultura del pelotazo. Un individuo que busca el atajo para el beneficio personal, que chasquea al personaje honrado que lleva siempre las de perder, y que es capaz de evitar multas, colarse, falsear currículums o buscar resquicios legales o burocráticos para obtener una ventaja, hasta crear una cultura en que la astucia es más valorada que la honestidad.

Pero hoy ya estamos en momentos mucho más lóbregos, con los pícaros cerca del poder, que utilizan su posición para el lucro personal a través de tramas corruptas. Cerca de las necesidades de financiación de los partidos y sus costosas campañas, cerca de las puertas giratorias que unen las instituciones con los consejos de administración de grandes empresas. El poder mantiene a estos personajes ocultos, pero cerca, por si los necesitan. Los tiempos pasan, pero los pícaros nos siguen rodeando. De diversas formas y maneras, más siniestras y oscuras. Ya no son los amables Rinconete y Cortadillo. Ahora han crecido y son más detestables, son Rincones y Cortados.

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