
Envío
Rafael Sánchez Saus
¿Qué está ocurriendo en PARES?
La lluvia en Sevilla
De las falsías vivas que a lo largo de estos años he contemplado en Sevilla, mi favorita tuvo lugar hace un cuarto de siglo, cuando bajaron de su torre al giraldillo y subieron una réplica. Potente símbolo: la fortaleza de la Fe –que es lo que la muchacha de bronce representa sobre el perifollo del campanario, añadido a lo que fuera un elegante minarete– estaba, además de muy veleta, debilucha. Para no sentirnos solitos sin ella, colocaron en su lugar a una doble, falsa como el rey Miguel pero que engañaba al ojo que no soporta el vacío. Muy hereje, me encariñé con la falsa Fe hasta el extremo de ir a acompañar su descenso aquella mañana de junio de 2005, y le guiño, persignándome, cuando paso ante ella por la catedralicia Puerta del Príncipe.
Me he acordado de aquel giraldillo apócrifo al saber de Pocabroma, la fiesta que el artista Alex Peña organizó en Pichardo para despedir al emblemático establecimiento de disfraces y artículos de fiesta. Tal ha sido el legado de Pichardo –lo recordaba el otro día David Linde– que ha alcanzado a la lengua viva de la calle: hemos acuñado el sintagma “de pichardo” para designar lo que no es auténtico. Y aquí es donde viene la gran paradoja: la Sevilla de Pichardo, es decir, la que usó el establecimiento como guarnicionería de colores y caretas y pelucas y matasuegras, va siendo suplantada por una Sevilla de pichardo (esta vez con minúscula) en la que, verbigracia, los bares regentados por vecinos nuestros de tiza en ristre han mutado en bebercios de nuevo cuño que imitan a los de antaño, e incluso disfrazan a los camareros con guardapolvos, pero que son más falsos y caros y ajenos que ojú. Igual pasa con bastantes comercios.
Para el aborigen, el cambiazo es evidente, pero pasa desapercibido para el visitante que, cuando se quiere dar cuenta de la impostura, ya le están cobrando. Desde el XVI, aquí nos ha chiflado la marquetería efímera, el “fuese y no hubo nada”, el trampantojo, juegos de ilusionismo barroco estos que mucho distan, en gracia y naturaleza, de esta otra Sevilla de pichardo (de nuevo con minúsculas) donde a los barrios principales no les va quedando más que el nombre y todo lo demás va mutando en una capa de impostura, lucrativa para algunos, que transterra a los nativos que vivieron la Sevilla de Pichardo, ahora sí, con grandes mayúsculas. Siempre nos quedará el extrarradio.
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