Vericuetos
Raúl Cueto
El caso
Franco, Chanquete y, ahora, Tejero... Supongo que nos hacemos mayores a medida que otros mueren. Chanquete, al menos, resucita todos los veranos. Los otros dos espero que no lo hagan jamás. Ahora mismo escribo este artículo horas después de que haya saltado la noticia del estado crítico del golpista Tejero y usted, que lo lee hoy sábado, quizá ya sabe si está muerto o no. Yo aún no lo sé… Es más, creía que no estaba vivo desde hacía años y hace un rato me enteré de que seguía en este mundo, entre Valencia y Torre del Mar. Algo así como el gato de Schrödinger, pero con tricornio y pistola en mano.
Pocos saben que su padre era natural de Martos, maestro republicano y agnóstico. Ahí queda eso… Hijos y padres nos enorgullecemos y decepcionamos mutuamente a menudo; es ley de vida. "No hacemos más que llorar", dijo este hombre a los medios tras el asalto al Congreso de su niño. No era para menos, porque un hijo siempre es un niño, tenga la edad que tenga…
Yo, precisamente, era un niño aquella fría noche del invierno del 81. Tenía tres años, casi cuatro, y era el juguete de la familia. De todo lo sucedido aquel lunes solo recuerdo las risas de alivio de mis padres, tías y tíos, quienes solían reunirse los sábados por la noche en casa para jugar al cinquillo y hablar de todo, política incluida. Y el sábado siguiente al paseo valenciano de tanques y blindados, sentados alrededor de la mesa llena de cartas y apuestas a peseta, bajo el humo de los cigarros encendidos y ante la atenta mirada de mi familia, me preguntaban qué decía Tejero. Y yo, como un mono amaestrado, soltaba la gracia esperada por todos: "¡Se sienten, coño!". La carcajada era épica; primero, porque de buena nos habíamos librado y, segundo, porque aquella palabrota hacía más bulto que yo.
Creo que esta simple anécdota de mi infancia resume a la perfección lo que sintió toda una generación ante el fantasma de una nueva guerra o una nueva dictadura. La democracia estaba en pañales y, de repente, envejeció en cuestión de horas. Se hizo mayor y ya podía incluso decir "coño" sin esperar ninguna reprimenda. La democracia se fumó un cigarro después del golpe fallido de Tejero, pero la sensación después de todos estos años es que se lo apagó en la lengua y ahora nos apesta el aliento a cenicero.
Cuarenta y cuatro años después las cruces de Borgoña se pasean sin pudor por las calles y las águilas de San Juan las sobrevuelan con orgullo dando sombra a sus polluelos. Ya no hacen falta los tanques para vencer, porque poco a poco se va logrando convencer a quienes son cortos de memoria y anhelan aquello que no vivieron. Y lo anhelan justo por eso, porque no lo vivieron y quieren vivirlo con todas sus fuerzas. Fuerzas nuevas, por supuesto...
Esta noche, como todos los años, nos quitan una hora del reloj pero nos dan una hora más de vida. Reviviremos la misma hora, de dos a tres de la madrugada… Por una hora seremos como Tejero, viviendo en un limbo; no estaremos ni dormidos ni despiertos, ni vivos ni muertos, como el gato de Schrödinger. Y aunque ya el tricornio no infunde el miedo de antaño, habrá muchos nostálgicos que soñarán en esa hora repetida con ellos mismos pistola en mano. Algunos, posiblemente, ya la tengan encima de la mesita para cuando toque… A todo esto, ¿Tejero ha muerto?
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