Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
El trágico saldo que estas semanas centrales de agosto nos está dejando en forma de incendios, son una triste estampa de la realidad de un país, este el nuestro llamado España, que se descompone por segundos como consumido por las llamas de la indolencia social, la resignación ciudadana y la sempiterna mediocridad e indolencia política. Un cóctel molotov que ha reducido a cenizas realidad política y social del país como las llamas a su paso, arrasan los bosques de Orense, Zamora o León.
El drama de este verano está siendo sin duda ese; la impotencia al ver como mueren personas por los incendios provocados. Como se tienen que evacuar a poblaciones enteras dejando miles de desplazados mientras descubres que la falta de presupuestos ha obligado al Gobierno a reducir la flota de hidroaviones un 20% o que las comunidades autónomas han dejado de gastar dinero en planes de prevención de incendios, en favor de sepa usted que otras políticas más grandilocuentes según el momento.
La sensación es que nada funciona. De desastre total. De nadie al volante. Da igual la tragedia que nos asole, que no habrá una sola institución capaz de dar una respuesta a la altura de lo que los ciudadanos esperamos. Nos pasó con el COVID, donde mientras se transmitían imágenes dramáticas por la pandemia en China o Italia, nos decían que en España serían “uno o dos casos como mucho” en lugar de prevenirnos para lo peor, dotar las pertinentes medidas de protección y refuerzo sanitario. Pasó con la DANA recientemente donde entre unos y otros, a pesar de sus asesores y medios, se pasaron la patata caliente de la gestión de la tragedia para acabar con decenas de pueblos inundados y más de 200 muertos.
Pasó en abril con el apagón. Está pasando a diario con los trenes y seguramente, para desgracia de todos nosotros, pasará con la tragedia que quiera venir a visitarnos el próximo mes. Porque la respuesta será la misma; la falta de medios. Medios de intervención, planes de prevención, inversión en mantenimiento… de una u otra manera, los ciudadanos padecemos en primera persona esa insidia de quienes nos gobiernan con perplejidad e impotencia.
Y lo más grave de todo, es que todo esto sucede en un momento en que nuestro Gobierno mantiene los impuestos más altos de la historia a la vez que la deuda absoluta bate a diario un nuevo récord. Es decir, nuestro Gobierno recauda y se endeuda más que nunca y todo funciona peor que siempre. Es un ejercicio de dignidad personal y responsabilidad social preguntarse ¿qué están haciendo con nuestro dinero?
Más allá de corruptelas. De mordidas. De tratos en puticlubs o de asesores y ministros más dignos de una peli de Torrente que de administrar nuestros destinos, lo cierto es que el dinero público se evapora a un desenfrenado ritmo sin control en cuestionables políticas más destinadas a contentar o entretener al graderío que en mantener un mínimo esencial de los servicios públicos que cacarea todos los días la izquierda patria y que como los bosques en llamas del noroeste peninsular, se consumen bajo el fuego de la incompetencia e incapacidad del Gobierno.
Así pues, nuestros sacrificados impuestos van a parar a bonos para viajar en tren sin límites, pero luego estos trenes se paran en mitad de ninguna parte porque no se ha invertido en mantenimiento. Se destinan millones al desmantelamiento de las centrales nucleares, pero luego el país se queda a ciegas porque la red no puede soportar las oscilaciones de tensión de las renovables o se regalan partidas millonarias para el desarrollo resiliente del mejillón de Camerún mientras se quedan sin partida los montantes para el mantenimiento y actuación en el bosque en caso de incendio.
Es el declive más absoluto. El de un país cuesta abajo y sin frenos, con la complicidad de una parte de la sociedad que sigue defendiendo la política de pan y circo. A la que entretienen con el millonario despilfarro de la TV pública mientras el país se desmorona a su alrededor. Un país donde ya nada funciona. Cada vez más deuda. Cada vez más impuestos. Cada vez más tiempo para conseguir cita con un especialista. Cada vez más trenes parados en mitad de un páramo. Cada vez tardan más las cartas en Correos. Cada vez más dependientes del Ingreso Mínimo Vital. Cada vez que algo sucede, nos sorprende con la falta de medios.
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