Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Qué bostezo
Está el verano calentito. Y eso que empieza hoy. A estas alturas uno ya no sabe si ver las noticias, Nobita, machetes y trasteros o irse directamente a la cama a pasar videos absurdos hasta que los párpados digan basta o se nos duerma el pulgar izquierdo. Luego, por la mañana, nos levantamos cansados, pero de la vida en general por todo lo que soportamos a diario y de lo cual es prácticamente imposible escapar. Una avalancha apocalíptica de sucesos nos viene asaltando desde hace tiempo, convirtiendo cada jornada en un tobogán de emociones y sinsabores, hasta el punto de que ansiamos con toda nuestra alma algún titular que nos resulte conocido, placentero y cómodo, con tal de sentirnos como en casa por un instante.
Y ese titular tan deseado es, efectivamente, el calor. Todos los años la misma ola de calor, los mismos consejos de hidratación y sombra, las advertencias de siempre sobre los peligros de la exposición solar, las playas a rebosar, los precios, la canción de moda, la operación salida, la operación retorno, la operación bikini… En resumen, un largo compendio de déjà vu que nos reconcilia con el mundo, como esas frases hechas que nos facilitan nuestra consumista existencia haciéndola previsible, anodina y, sin embargo, tan agradecida.
Esas locuciones mecánicas nos acompañan sin que apenas nos demos cuenta, dado que ya las hemos interiorizado como parte de nuestro diálogo interno, pasando a ser esas voces que de no escucharlas nos generan una insoportable e irascible ansiedad, como un “buenos días” no correspondido. En esta realidad de reproches y mala educación, las máquinas nos dan una lección de civismo con su corrección y tono acogedor.
Salir de casa, arrancar el coche, conducir y parar en la gasolinera: “Elija combustible”, “pago autorizado, puede suministrarse”, “gracias, buen viaje”… Aparcar, posiblemente coger el metro: “Próxima estación, Pirámides”, “atención, estación en curva”… Salir del metro, no tener cigarrillos, ir a comprarlos: “Su tabaco, gracias”. Querer un café: “Producto agotado”, “introduzca importe exacto”, “procesando su pedido”, “operación cancelada”, “seleccione su producto”, “error de lectura. Intente nuevamente”, “fuera de servicio”… ¡Y solo son las ocho de la mañana! Pero es todo tan familiar que nos sentimos bien al rodearnos del caos que suponen todas esas órdenes que nos convierten en autómatas, pues gracias a ellas no tenemos que pensar. Y si no pensamos no somos infelices; así vivimos, lobotomizados a conciencia, en una eterna canción del verano, en el espacio común que supone un telediario estival, porque lo contrario representa el abismo de nuestras propias inseguridades y pesadillas. Y más vale vivir seguros en Shutter Island… Allí no caen bombas.
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