Vericuetos
Raúl Cueto
El caso
Diez de la noche. Cansada del día entra al baño para disfrutar de un momento de intimidad tras haber dedicado su jornada al trabajo, la familia y las tareas domésticas que siguen recayendo en ella. Se mira al espejo. Una nueva mancha cerca de los párpados. Una nueva arruga. Ya son cincuenta años… Suspira levemente e intenta sonreírse a sí misma. Todavía se siente joven. Todavía lo es. Se desviste; corre el agua caliente en la ducha. Antes de entrar en la bañera coge el teléfono y pone algo de música alegre. Porque sigue teniendo bañera; fue madre hace diez años… Ya bajo la lluvia cierra los ojos, aparta hacia atrás el pelo con sus manos en una cascada de pensamientos y frustraciones; también algunos planes. Coge la esponja y rocía gel en ella, comenzando a frotar su cuerpo para eliminar de él incluso los malos momentos pasados, justo antes de volver a empapar su piel y bautizarse en busca de la paz que supone el perdón de los pecados. Es ahora su mano la que se esmera en enjuagar cada mechón y cada miembro hasta que, de repente, sus ojos, que permanecían cerrados en la oscuridad de los recuerdos y los anhelos, se abren aterrados al tiempo que su corazón le da un vuelco en el pecho. Ese mismo pecho que cubre su mano derecha y que es incapaz de apartar tras haber notado un bulto que antes no estaba.
Meses antes se había sometido a un cribado de cáncer de mama sin haber recibido aún ninguna noticia al respecto. El miedo se apodera de ella. Sale de la bañera temblorosa, con una enorme sombra de duda tras de sí. Ya no escucha la música. Solo se tapa el cuerpo con el albornoz; no quiere verlo. No quiere pensar que sigue allí. Se mira de nuevo el rostro. Ha envejecido toda una vida en cinco minutos. No se reconoce. Siente asco. Aparta la mirada. El pecho le arde.
Ya todo es cáncer. Fuera le espera su familia. El pequeño quiere entrar; no se aguanta. Lleva demasiado rato esperando y mañana hay colegio. No sale; llama a la puerta. No sale. No quiere salir. Finalmente la puerta se abre y se desliza hacia la habitación sin mediar palabra con nadie. Se acuesta pensativa; el pecho le arde. Coge el teléfono y en la oscuridad de la noche comienza a leer compulsivamente noticias al respecto de los errores en el protocolo de cribados de Andalucía. Dos mil mujeres afectadas; quizá dos mil una. Tiembla, tiene ganas de llorar; no puede ser. A ella no. Lee que la consejera de Salud ha dimitido y no entiende qué demonios soluciona eso. Escucha a los políticos y siente náuseas; se marea, le falta el aire, se destapa… Vuelve a levantarse y regresa al baño. Cierra la puerta y apoyada en el lavabo levanta la mirada para reencontrarse con ella misma. Se busca y no se encuentra, se pregunta por qué, por qué, por qué… Maldita política que todo lo envenena… Por qué, una y otra vez.
Ahora me dirijo a usted, lector, lectora… Ella es su madre, su hermana, su esposa, su amante, su amiga, su hija, su nieta, usted misma… Ella son todas, una de estas noches; quizá la de hoy. Y ahí sigue, frente al espejo, mirándose cara a cara con la muerte sin saber bien qué hacer y pensando solamente que con la sanidad pública no se juega y que ninguna vida humana puede ser jamás un negocio. Ahora entre usted al baño, encienda la luz y mírese a los ojos. Quizá entonces entienda de qué le hablo en este artículo, porque nos va la vida en ello. La suya también, se lo aseguro...
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