Crónica personal
Pilar Cernuda
Salazar, otra pesadilla
Comprendo de corazón a aquellos taurinos progresistas molestos con que Morante de la Puebla brindase los últimos toros de su gloriosa carrera a sendos políticos que, hoy por hoy, son las bestias negras de la izquierda española: Isabel Díaz Ayuso (PP) y Santiago Abascal (Vox). Por citar al nuevo Lenin español, yo mismo he tenido que cabalgar muchas veces la contradicción de admirar a alguien cuyo arte me embaucaba al mismo tiempo que sus ideas políticas me irritaban o, incluso, repugnaban. Por razones sentimentales que ahora no vienen al caso, considero a Marinero en tierra uno de los libros más hermosos que se han escrito en lengua española, lo que no quita para que la figura de Rafael Alberti me parezca absolutamente reprobable, sobre todo en su época de señorito chequista con planchado mono azul. Incluso confieso que en mis años niñatos tuve algún cassette de esa bazofia que llamaban rock radical vasco, pese a que ETA y sus actuales herederos siempre me han producido arcadas. Todos tenemos un pasado.
Comprendo, como decía, la contrariedad de algunos por los brindis del maestro de La Puebla del Río. Pero, bien visto, el gesto estaba cargado de razón y justicia, porque ambos políticos han sido firmes defensores de la Fiesta Nacional (a los disgustados tampoco les gusta lo de “Nacional”) en unos momentos en los que recibía no pocas andanadas por babor, que como todos los lobos de mar sabemos es el lado izquierdo de los barcos. No se puede decir lo mismo de un Pedro Sánchez que puso de ministro de Cultura a un declarado antitaurino, Ernest Urtasun, quien no tardó en iniciar su campaña de humillación a este arte con la supresión de los premios nacionales de tauromaquia. El PSOE, escarmentado ante la fuga de votos, ha corregido levemente el tiro, de ahí que se abstuviese tibiamente cuando, hace unos días, se votó en el Congreso la Iniciativa Legislativa Popular para quitarle a la tauromaquia la protección cultural. Algo es algo.
Los toros no son de nadie, faltaría más. Ni de la derecha ni de la izquierda, ni de los ganaderos ni de los empresarios, ni de los críticos taurinos ni de los aficionados. Son parte del patrimonio cultural de un pueblo que algunos quieren descuartizar en la carnicería de la confederación. Y ya hay taurinos que defienden que se puedan prohibir en algunos territorios. Unos lumbreras.
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