Las dos orillas
José Joaquín León
Sumar tiene una gran culpa
El magnate y filántropo Bill Gates, en artículo publicado en su blog Gates Notes, sin desmentir la realidad del cambio climático, nos aporta interesantes reflexiones sobre las políticas a desarrollar en la coyuntura actual. Gates pide un giro estratégico “para dar prioridad a las cosas que tienen un mayor impacto sobre el bienestar de las personas”.
Condensa su tesis en tres verdades que reconoce incómodas. 1. El cambio climático es un problema serio, pero no supondrá el fin de nuestra civilización. Para él, pues, la visión apocalíptica del fenómeno ya no se sostiene. La llamada amenaza “existencial”, sobre la que se asientan las leyes europeas del clima, no es tal porque llegaremos a construir una economía descarbonizada en las próximas tres décadas. Siendo así, deberíamos cambiar el eje de nuestra actuación en los países en vías de desarrollo, otorgándole un papel esencial a medidas como la propagación de una agricultura adaptada, el acceso universal a las fuentes de energía o la erradicación de enfermedades. Es un error, observa, dejar de financiar proyectos de combustibles fósiles en países donde el acceso a la energía es complejo, malogrando la calidad de vida de sus habitantes en aras de una reducción de emisiones que apenas incide a escala global. 2. La temperatura no es el mejor indicador de nuestro progreso contra el cambio climático: subirá en 2100 entre dos y tres grados respecto a 1850. De ahí, reitera, que el progreso humano, sin auténtico fundamento, esté quedando relegado a un segundo plano a causa de una obsesiva reducción de emisiones. Y 3. La salud y la prosperidad son la mejor defensa contra el cambio climático.
Reacciona Gates frente a la idea de que la agenda verde deba llevarse a cabo a cualquier precio, algo hoy detectado y cierto en países pobres y ricos. El caso paradigmático de las tribulaciones de la industria automovilística ilustra bien tal disparate.
Señala Mike Hulme, profesor en Cambridge, que tomarse en serio la lucha contra el cambio climático no implica “reorganizar toda la política contemporánea en torno al objetivo único de parar el calentamiento global”. Una forma elegante de denunciar los intereses económicos, propagandísticos e ideológicos que están detrás de una cruzada tan frenética y dañina como presuntamente salvífica.
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