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José Manuel Serrano
El gatillazo ferroviario en Jaén de cada día
¡Oh, Fabio!
Manuel del Arco fue uno de los mejores entrevistadores del periodismo español. Según cuentan Víctor-M Amela, su método era muy sencillo: se levantaba por la mañana, se anudaba su inevitable corbata blanca, untaba al conserje de algún hotel de ringorrango para que le soplase qué famoso pisaba sus mullidas alfombras y procedía a abordarlo armado con un par de cuartillas y una estilográfica. Después pasaba esos garabatos a su mujer o hija para que los mecanografiasen y él mismo se encargaba de hacer la caricatura de la víctima. ¡Voilà! Todo listo para entregarla él mismo en la redacción de La Vanguardia. No hubo personaje de la pomada de su época que se escapase de sus atracos: Miguel Maura, John Wayne, el príncipe Juan Carlos, Dalí, Lola Flores, Fraga, Gina Lollobrigida... El otro día, leyendo una antología de textos de la revista Destino, me tropecé con una de sus interviús en corto a don Santiago Bernabéu con motivo de eso que ahora llama el sector cursi del periodismo deportivo “un clásico” (nos referimos a un Barcelona-Madrid, no a Ovidio). Del Arco (así firmaba) pregunta: “¿Qué les dice usted a los jugadores antes de los partidos trascendentales?”. Y el merengue contesta: “No les hablo de fútbol técnico o como táctica a seguir, sino de fútbol con relación a la profesión que ellos han elegido. De la repercusión que tiene el que se comporten como unos caballeros de su profesión”.
A tenor de lo que se puede observar todas las primaveras, las recomendaciones de don Santiago no han alcanzado a las nuevas generaciones de profesionales del balompié, chicos que pueden ser simpáticos, ricos, guapos, modernos, famosos, fotogénicos, genios de lo suyo... pero cuyo comportamiento colectivo, sobre todo a la hora de la victoria, no se distingue apenas del de un grupo de babuinos en pleno ataque de pánico. Ahí están esas imágenes de autobuses descapotados que huelen más allá del plasma, con la prensa y el público riendo cualquier payasada que haga un jugador con una sola neurona en la cabeza y millones de euros en la cuenta bancaria. El problema no son ellos, al fin y al cabo jóvenes atletas tocados por la diosa Nike, sino la turba de mortales y devotos que le rinden infantil pleitesía. No hay nada nuevo bajo el sol. Las hinchadas del hipódromo de Bizancio, en el siglo VI, podían ser terribles en el apoyo a sus equipos, provocando disturbios y revoluciones que hoy serían impensables.
No tengo la menor duda de que Del Arco hubiese intentado entrevistar a alguno de estos seres de luz futbolera tatuados como jarrones chinos. Y que le hubiese sacado un buen titular más allá del “No hay rival pequeño”. Algo así como: “¡Oh, Victoria, Victoria! mármol divino”. Es un verso muy malo de Luisa Luisi.
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