Las próximas elecciones catalanas suponen un hito en la historia de la democracia. Por primera vez en nuestra breve historia democrática, un candidato con serias opciones de ser presidente de una comunidad Autónoma parte con una premisa innegociable; no gobernar. Me refiero claro está al exministro de Sanidad Salvador Illa.

Illa es el Candidato al que los sondeos sitúan en cabeza para el próximo 12 de mayo. Sin embargo su parece inevitable victoria no se traducirá en un mandato. Y no sólo será porque la aritmética parlamentaria seguramente no le dé suficientemente respaldo como para gobernar. No será president de la Generalitat porque tiene órdenes expresas de renunciar a ello. Porque el mismo día que Illa entrase a las Cases dels Canonges, saldría Pedro Sánchez de la Moncloa.

Illa solo tiene una orden. La de ganar las elecciones para asegurar el suelo de voto socialista que, curiosamente, ha convertido a Cataluña en su último refugio electoral. Pero sabe que ser investido president con el voto de ERC, haría que Puigdemont hiciera caer a su líder Pedro Sánchez. Como sabe que una improbable coalición constitucionalista, haría saltar por los aires el Gobierno en Madrid. Así pues, Illa se presenta ante los catalanes como aspirante a líder de la oposición. Una oposición light además, ya que importunar a un más que probable gobierno independentista también puede poner en riesgo el equilibrio en Madrid.

Esto deja a Illa en un papel curioso; el del que no puede ser ni presidente ni líder de la oposición. Un limbo político que le sitúa en el papel de político florero o mero actor secundario, aunque eso sí, con Oscar a la mejor interpretación. Un papel diseñado para aquellos políticos mediocres sin más aspiración que al de pasar su vida laboral apegado a la política a cambio de una generosa remuneración mensual.

Illa más que probablemente encadenará dos elecciones seguidas ganadas sin gobernar. Y parece inevitable también que empalme una segunda legislatura convertido en un líder de la oposición de cartón piedra, más preocupado de no molestar al Govern que de fiscalizar a un futuro presidente de la Generalitat cuyo único objetivo parece comenzar un nuevo “procés”. Un figurante más en el teatro que prepara el independentismo catalán para el curso que se avecina.

El catalán que estas elecciones deposite la papeleta del PSC en las próximas urnas votará exactamente eso. Un proyecto político que ni quiere ni puede gobernar y ni quiere ni puede ser oposición. Un voto que no sirve ni para tener un nuevo gobierno ni para controlar al que vendrá. Jamás un voto fue tan inútil como el que representa Salvador Illa o el PSC.

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