Padre y maestro mágico
Lampedusa y España | Crítica
Acantilado publica un delicioso libro sobre la relación de Lampedusa con la lengua y la literatura españolas, escrito por quien fuera primo e hijo adoptivo del autor de ‘El Gatopardo’
La ficha
Lampedusa y España. Gioacchino Lanza Tomasi. Prólogo de Salvatore Silvano Nigro. Edición y epílogo de Alejandro Luque. Traducción de Andrés Barba. Acantilado. Barcelona, 2025. 112 páginas. 12 euros
Íntimamente unido a quien fuera su primo lejano, fallecido en 1957, Gioacchino Lanza Tomasi (1934-2023) tuvo una prestigiosa carrera como musicólogo, profesor en las universidades de Salerno y Palermo y director artístico de importantes teatros, sumando a estas dedicaciones las de leal y devoto heredero y albacea de su también padre adoptivo, Giuseppe Tomasi de Lampedusa, miembro como él mismo de la alta aristocracia siciliana y famoso autor de El Gatopardo. Su contribución fue fundamental a la hora de dar forma a la edición definitiva de la novela, publicada en Italia por Feltrinelli y en España por Anagrama, precedida de un valioso preámbulo a su cargo, o de la correspondencia de Lampedusa en la segunda mitad de los años veinte, acogida entre nosotros por Acantilado con el título de Viaje a Europa. El delicioso libro que ahora conocemos, editado por el escritor y periodista Alejandro Luque, tuvo una primera vida en italiano, publicado por el sello palermitano Sellerio, y ve la luz en español con el mismo prólogo del filólogo y crítico Salvatore Silvano Nigro –coeditor con Lanza de las citadas cartas– y un epílogo donde Luque, excelente conocedor de Sicilia y su tradición literaria, cuenta cómo estas páginas tuvieron su origen en una intervención del autor durante una visita a Sevilla.
Llamar memoir a este libro, dice Silvano, a la inglesa, sería subestimarlo, y no porque no lo sea, sino porque pese a su brevedad y su aparente ligereza contiene no sólo el tema anunciado en el título y una evocación del Palermo de la segunda posguerra, sino también un autorretrato familiar que describe en términos entrañables los años de formación de Lanza y su reflejo en los personajes de Lampedusa. En su primera juventud, Gioacchino tuvo el privilegio de recibir clases de literatura junto a otros talentosos muchachos sicilianos, entre ellos Francesco Orlando, autor de otro hermoso libro de recuerdos, impartidas por un escritor –justo entonces empezaba a serlo– que encontró en esas lecciones no improvisadas un poderoso estímulo para ordenar sus ideas. A cambio Gioitto, que disfrutaría pronto de la predilección del maestro, lo acompañó en su acercamiento postrero –antes sólo había leído el Quijote traducido– a la lengua y la literatura castellanas. Pudo hacerlo porque provenía de una familia española por parte de madre, María Concepción Ramírez de Villa Urrutia y Camacho, Conchita, condesa de Assaro, aunque tanto ella como su padre, Wenceslao Ramírez, historiador, ministro de Alfonso XIII y embajador en Roma y la Constantinopla otomana, pertenecían a una clase cosmopolita –lo que Lanza llama la alta sociedad internacional, tan pródiga en personajes y episodios novelescos– que sumaba al de procedencia muchos otros influjos.
Fiel heredero, el narrador combina el ingenio y el humor en una prosa llena de encanto
Viajero por todo el continente, incluida Italia, que también lo es para los sicilianos, Lampedusa no estuvo nunca en España, pero pudo recorrerla gracias a la literatura. En el relato de Lanza nos reencontramos con sus otros primos los hermanos Piccolo, el poeta y músico Lucio y su hermano el pintor, fotógrafo y esoterista Casimiro, dos personajes fascinantes a los que visitaban en su casa de Capo d’Orlando. El primero era un gran admirador de los autores españoles de los Siglos de Oro, a los que también leyeron los esforzados aprendices: San Juan, Garcilaso, Lope, Góngora o Quevedo. Novelas como La Celestina o El Lazarillo, dramas de Tirso o Calderón y obras de contemporáneos como García Lorca. Inversamente, Lanza también recoge los juicios de lectores del príncipe como Vargas Llosa o Javier Marías. Pero más allá de la pasión española, su recuento contiene lúcidas observaciones sobre la personalidad y la obra del padre y maestro mágico, un solitario replegado en su mundo, pero no en absoluto desconectado de su tiempo. El retrato no se corresponde del todo con la melancólica imagen habitual, pues su antiguo alumno y profesor describe a Lampedusa como un sabio divertido e imaginativo, que alternaba el fatalismo insular con ideas avanzadas. Vemos la herencia en la propia voz del narrador, nada petulante, cuando combina el ingenio, el humor y el gusto por la anécdota en una prosa llena de encanto.
Un lector impenitente
Antes de consagrarse muy tardíamente a la escritura, baste recordar que empezó la novela que le dio la inmortalidad sólo dos años antes de su muerte, Lampedusa fue un lector voraz e impenitente cuya bien nutrida biblioteca, felizmente conservada, da fe de sus múltiples intereses, orientados sobre todo a las literaturas inglesa y francesa. Al margen de El Gatopardo, de los maravillosos Recuerdos de infancia y de tres relatos, uno de ellos embrión de una novela no escrita, disponibles en un volumen de Anagrama introducido y anotado por Lanza Tomasi y editado por su mujer Nicoletta Polo, el resto de la obra del príncipe no pertenece al ámbito de la creación sino al de la crítica, aunque mejor sería decir –con algunas excepciones, Lampedusa no apreciaba a los críticos– de la lectura apasionada. Libros traducidos al español como su Invitación a las letras francesas del siglo XVI o sus ensayos sobre los admirados Stendhal y Shakespeare son sólo una parte del voluminoso conjunto de Lezioni donde volcó sus impresiones. Aunque podemos leer la estupenda biografía de David Gilmour, El último Gatopardo, disponible en el catálogo de Siruela, aún no se ha traducido la biografia per immagini del propio Lanza Tomasi, que junto con una edición completa de sus escritos sobre literatura –las mencionadas Lecciones– son tareas pendientes para los editores de Lampedusa.
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