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"Lo bestial puede saltar con y sin la excusa de una guerra"

Oscar Lobato.

Oscar Lobato. / Lourdes de Vicente

A LA BÚSQUEDA DE LOS DIAMANTES PERDIDOS. Como periodista, Oscar Lobato (Madrid, 1958) ha hablado de muchas cosas. Como escritor, también. Retrató la profesión en su primera novela, Cazadores de humo (Alfaguara), se adentró en el mundo de la hípica en Centhaure y en la piratería (de barcos) en La fuerza y el viento. Con Las lágrimas de Iliria (Cazador) desarrolla una trama a la sombra de la guerra de la ex Yugoslavia, con mercenarios y diamantes como protagonistas. Una historia que no tiene de ficción más que la forma en que se narra.

–Ya no ejerce de periodista pero, desde luego, sigue buscando historias.

–La novela moderna surge en el ámbito de la prensa: el famoso folletín. Este tipo de novela por entregas dará cabida a distintos géneros: de aventuras, negra, romántica... Pero con una condición en todos ellos:ha de enganchar, al principio y al final, para conseguir continuidad, que compren tu producto. Pienso que esta novela tiene mucho de esa mecánica.

–El periodismo es un cuento, que diría Manolo Rivas –y yo también–.

–Hoy escuchas a auténticos farsantes hablando, por ejemplo, de Chaves Nogales, al que nadie dio aire. Y no es el único caso en el que la sociedad no reconoce que le cuenten cómo es. También partimos de la maravillosa circunstancia de ser uno de los países con más bajo índice de lectura.

–Y de publicación más altos.

–¡Y aun así! El clima de no lectura que tiene este país es una lacra que arrastramos con mucho retraso.

–Yo retrocedería a Trento, de hecho. Qué gran rendición.

–La Iglesia, que por un lado ha sido gran guardiana, por otro ha sido la gran castradora del conocimiento. Es lo que sucede cuando estás en una sociedad en la que el individio confronta a dios, frente a otra que censura y sólo da espacio a una línea de pensamiento. Y luego, si había una monarquía algo más brillante, no dudes que no dejaba de ser corrupta: si les prestamos  los Borgia a los italianos y estaban alucinados...

"El clima de no lectura que tiene este país es una lacra que arrastramos con mucho retraso"

–’Las lágrimas de Iliria’ podría haber sido un documental o una muestra de nuevo-viejo periodismo. ¿Qué cree que gana arropándola en la ficción?

–Pues mira, entre otras cosas, se entiende mejor a la protagonista. Al poner por escrito la historia, me preocupaban más las lectoras que los lectores:yo tengo personajes femeninos de carácter fuerte, quizá porque las mujeres en mi familia lo han sido. Había muchas mujeres con preparación física o intelectual en el Ejército croata, entre otras cosas, porque hasta que no salta la guerra no había Ejército croata, ni serbio, ni montenegrino. De hecho, uno de los misterios de la guerra yugolasva es cómo, aun así, duró cuatro años:y es que los croatas se caracterizaron por ser unos fanáticos chalados.

–La novela nos hace ver algo que es el mecanismo de toda la guerra, pero que a veces olvidamos a causa de la carnicería: la gran cantidad de dinero que se mueve.

–Siempre es algo que hay que tener presente, y de lo que te das cuenta allí en sitios como la estación de Zagreb, con toda su bofetada de Orient Express. Y está más cerca de lo que creemos, en nuestro caso, con el tema de la guerra y de la memoria histórica. Recuerdo que en la presentación en Grazalema del libro de David Doña, hubo quien se acercó a contarle historias de este tipo, de propiedades incautadas y demás.

–De eso va el baile de agravios y desagravios, ¿no? Los huesos marcan el tesoro... Otra cosa que queda clara es que en una guerra civil no se lucha por ideas.

–En el caso de Yugoslavia, se acumulaban venganzas de siglos con facilidad pasmosa. Los relatores y militares en la zona contaban que una de las cosas que más temían eran las ceremonias de intercambio de muertos, que terminaban fácilmente con algún muerto más en la mesa...

–Había que ser un Tito, es decir, un dictador, para que aquel puzle se sostuviera.

–Claro, los que vimos estallar el conflicto no dábamos crédito, pero lo que considerábamos un país contaba con diez grupos étnicos repartidos de forma aleatoria por un territorio que hasta hacía nada habían sido cinco naciones independientes, en el que se hablaban cuatro idiomas y se escribía en dos alfabetos.

–¿Cree que estamos más domesticados o que la bestia puede saltar?

–Yo creo que puede seguir pasando, en algunos países más que otros. Pero esa línea de bestialidad está ahí por mucho que se parezca civilizado, y puede saltar con y sin excusa de una guerra, como en la matanza de Tulsa, por ejemplo.

–Dato que me parece muy curioso en ‘Las lágrimas de Iliria’: el protagonista fue legionario.

–Fueron de los primeros que llegaron y, como saludo, les tendieron una emboscada de manual. Yo no me planteo de quién era cada uno en esa contienda, sino que eran los nuestros, y que los nuestros tienen hoy el reconocimiento en muchas plazas y enclaves de la antigua Yugoslavia. Era necesario que se contaran ciertos episodios y se reforzara el papel de mujeres y militares.

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