Una histórica isla de viñedos entre olivos: "Se habían arrancado, mi padre tuvo que plantarlos de nuevo"
Agricultura
En municipios como Alcalá la Real el vino se convirtió en una de las principales fuentes de riqueza entre los siglos XV y XVI
Competiolivar, una apuesta por un olivar tradicional más competitivo y sostenible en la Sierra de Segura

Jaén/En una provincia donde el mar de olivos parece no tener fin, hay otro cultivo que, aunque en clara desventaja por superficie, ha formado y forma parte esencial de su historia agraria, la vid. Jaén, tierra de aceite, también ha sido tierra de vino, con una historia que se remonta a tiempos romanos. Aunque el número de hectáreas ha mermado a lo largo de los años, aún quedan islas de viñedos entre mares de olivos que guardan la esencia de sus comarcas, como ocurre en Alcalá la Real, enclave en la historia vitivinícola de la provincia y considerada una de las zonas vitícolas más antiguas de Jaén.
El cultivo de la vid en Jaén se remonta al Imperio romano, como lo atestiguan diversos hallazgos arqueológicos en comarcas como la Sierra Sur. En época andalusí, lejos de desaparecer, el viñedo se mantuvo activo pese a la prohibición coránica del consumo de alcohol. Curiosamente, tanto cristianos como musulmanes compartían la devoción por San Ginés de la Jara, protector de los viticultores, al que los segundos incluso consideraban pariente del profeta.
Durante el Renacimiento, el vino jiennense vivió uno de sus momentos de mayor esplendor. En municipios como Alcalá la Real, según ha documentado el historiador José Rodríguez Molina, el vino se convirtió en una de las principales fuentes de riqueza entre los siglos XV y XVI, con una producción orientada tanto al consumo local como a mercados más amplios.
Ya en el siglo XIX, el viñedo andaluz, y el jiennense por extensión, se expandió, siguiendo la tendencia de especialización agrícola con vertiente comercial. Pero la filoxera, a finales de ese siglo, devastó gran parte del viñedo europeo y también afectó a la provincia. Aunque se logró cierta recuperación, nunca se alcanzaron las cifras anteriores. Durante el siglo XX, la vid fue cediendo espacio frente al olivar, más rentable y favorecido por las políticas agrarias europeas. De las 540 hectáreas registradas en 2011, solo quedaban 295 en 2022. Sin embargo, lo que ha perdido en extensión, la vid jiennense lo ha ganado en identidad, gracias a proyectos familiares con raíces profundas como el de la bodega Marcelino Serrano.

Fundada en Alcalá la Real hace más de dos décadas, esta bodega representa el espíritu de resistencia y compromiso con la historia de la vid en Alcalá la Real. Su actual responsable, Blanca Serrano, ingeniera técnica agrícola con especialidad en Industrias Agrarias y Alimentarias y licenciada en Enología, representa la segunda generación de viticultores de esta familia que hace todo lo posible por seguir manteniendo vivo el legado de este caldo.
“Hace 35 años, mi padre Marcelino recuperó la vid en Alcalá la Real, una de las más antiguas que hay. Lo hizo por tradición. Mis tatarabuelos también se dedicaban a ello, y de ahí pasó a mi padre, que empezó con 47 años. Fue difícil, la gente había arrancado completamente las viñas para plantar olivos. Él comenzó de cero, plantando los viñedos”, explica Blanca.

La calidad del entorno
Desde pequeña recuerda pasar los días con su padre entre los racimos y pisar las uvas con su hermanos cuando en los inicios el vino que hacían era para la casa. "Ha sido una herencia familiar y me gustaba. Por eso decidí continuarla, pero formándome. Esto requiere conocimiento, dedicación y vocación”, expresa. Blanca destaca además la calidad del entorno natural de la Sierra Sur de Jaén, que influye directamente en el perfil diferencial de sus vinos: “Mis viñedos están a mil metros de altitud. Tenemos un microclima con veranos secos y noches largas en septiembre, lo que permite una maduración lenta. Esto se traduce en vinos más frutados, más frescos. La zona es muy buena, y las tierras también”.
La bodega Marcelino Serrano cuenta actualmente con viñedos propios y otros adquiridos a viticultores locales. “Tenemos viñedos en El Cascante, a 2,5 km de la bodega, y en la pedanía de Mures, con una finca de cinco hectáreas y otra más pequeña de menos de una hectárea. Trabajamos dos líneas de producción, una ecológica, porque mis viñedos son de secano, y otra con uva comprada en la comarca, acogida a la IGP Vino de la Tierra de Sierra Sur de Jaén”, apuntó.

“Tengo vinos elaborados con viñedos de más de 40 años y otros más jóvenes, de 10 años. Normalmente, cuanto más viejo es el viñedo, mejor es el vino. Pero también hay un compromiso mutuo con los viticultores a los que compro uva. Trabajamos con respeto al entorno y con mucho esfuerzo”, afirma.
Hoy en día, Blanca vende sus vinos tanto en Jaén y Sevilla, como en mercados internacionales como Bélgica, Alemania y Francia, además de impulsar el enoturismo como vía de promoción y comercialización: “Hago muchas visitas con grupos, y ahí también se vende mucho vino. Es una experiencia que vincula al consumidor con el producto”.
A nivel estructural, la situación sigue siendo difícil: “En España en general ha disminuido mucho la superficie de viñedo. Ahora mismo se está estabilizando, pero todo dependerá del consumo. Si se consume menos vino, pues compraré menos uva. Por eso es tan importante la formación, también para los agricultores. Hay que saber lo que se hace, saber podar, cuidar, entender el viñedo. Son trabajos especializados”.
IGP Bailén y Torreperogil
La Sierra Sur, como otras zonas con IGP en Jaén, como "Vino de la Tierra de Bailén" o "Vino de la Tierra de Torreperogil", mantiene vivo el legado. En las últimas dos décadas, varios grupos de viticultores han apostado por mantener vivas sus tradiciones y potenciar la calidad mediante Indicaciones Geográficas Protegidas (IGP) que certifican el origen y las características de sus vinos. En el norte de la provincia, municipios como Bailén, Guarromán o Villanueva de la Reina han recuperado la variedad autóctona Molinera de Bailén, base de la IGP "Vino de la Tierra de Bailén". Esta uva tinta protagoniza vinos tintos, rosados y blancos con una identidad propia, que deben contener al menos un 55% de esta variedad en su composición. La tradición local, el clima seco y las prácticas sostenibles dan como resultado vinos frescos, equilibrados y con alma.

En el entorno de Torreperogil, Úbeda, Baeza y Cazorla, la IGP "Vino de la Tierra de Torreperogil" agrupa a pequeños productores que elaboran vinos pálidos, elegantes y persistentes, con variedades como Pedro Ximénez o Garnacha. Son vinos con fuerte carácter floral, afrutado y seco, que encarnan la resistencia de la viticultura tradicional jiennense.En 2022, la provincia produjo 895 hectolitros de vino con IGP (621 tintos y 274 blancos), junto con 277 hl de vino sin DOP/IGP y 3.792 hl de zumos y mostos. Cifras modestas pero representativas del esfuerzo por la calidad, la trazabilidad y la sostenibilidad.
“Los pequeños productores no podemos tener los precios de las grandes bodegas. Pero detrás de un vino de Jaén hay gente que cuida sus viñedos. Son vinos distintos y eso también es un atractivo. En el año 2000 hubo un pequeño boom con la IGP. Ahora, mantener esto depende de que la gente consuma productos locales y valore lo que hay detrás de cada botella”, concluye Blanca.
Actualmente, solo tres bodegas permanecen activas en la Sierra Sur, cuando en otros tiempos hubo hasta medio centenar. Pero gracias a viticultores como Blanca Serrano, la historia del vino en Jaén se mantiene viva y luchan por conservarla.
También te puede interesar
Lo último
EDITORIAL
Un privilegio insolidario

Monticello
Víctor J. Vázquez
Un país no acordado

La ciudad y los días
Carlos Colón
Verano de crisis y bombas

Alto y claro
José Antonio Carrizosa
Un mundo al borde del abismo