Las minas de agua de Úbeda de posible origen romano: el tesoro subterráneo que busca la luz

El principal objetivo es hallar una galería amplia y en buen estado que pueda ponerse en valor como recurso patrimonial y turístico

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Mina de agua en Úbeda.

Bajo el suelo de Úbeda, ciudad Patrimonio de la Humanidad, se esconde un entramado de piedra y agua que durante siglos sostuvo la vida de sus habitantes. Son las minas de agua, galerías excavadas para conducir manantiales hacia la superficie, una obra de ingeniería antigua que duerme bajo las calles empedradas, esperando a ser valoradas.

Quien mejor conoce hoy ese mundo oculto es Cristóbal Pulpillo, maestro jubilado y espeleólogo, natural de Rus. Desde hace años estudia las minas de agua de su pueblo, y cuando terminó ese trabajo, decidió explorar otros municipios cercanos como el de Úbeda. No es casual su interés por esta ciudad. Pulpillo estudió en Úbeda hasta los 21 años, tiene muchos amigos allí y un vínculo profundo con sus calles. Su propósito, dice, es claro: localizar galerías urbanas importantes. “Mi objetivo primordial es dar con galería urbana grandes, que las hay”, asegura. Está incluso en contacto con el Ayuntamiento, con el que planea reunirse para proponer una colaboración entre su grupo de espeleología y la institución municipal. La meta es rescatar y poner en valor este patrimonio subterráneo.

Su compañero en estas incursiones es un amigo del club de espeleología ubetense, con quien ha descendido a pozos y túneles de distintas casas particulares. Ambos comparten la idea de que las minas de agua “han estado desde siempre”, porque cualquier asentamiento antiguo romano o árabe se levantaba allí donde había agua. El agua era el centro de todo, el elemento que marcaba la vida y el desarrollo de cada ciudad.

Minas de agua de Úbeda. / Cristóbal Pulpillo.

En la comarca de La Loma, recuerda, la riqueza de aguas subterráneas fue siempre considerable, aunque la sobreexplotación moderna ha reducido drásticamente sus niveles. “Hay una bolsa subterránea que ha menguado muchísimo estos últimos años”, advierte. Donde antes se alcanzaba el agua a poco más de cien metros, ahora hay que excavar hasta cuatrocientos. “Aquí tenemos mucha necesidad de riego por el tema del olivar. La falta de lluvia también, todo se ha juntado y ha bajado mucho”, señala.

A Cristóbal le atrae especialmente Úbeda por su condición de ciudad Patrimonio de la Humanidad y porque, tras años de observación, está convencido de que bajo su casco urbano existe una galería importante. Lamenta, sin embargo, que la llegada del agua corriente cambiara radicalmente la relación de los vecinos con los pozos. Durante siglos, los hogares se abastecían de fuentes potables y pozos domésticos, que servían para el consumo, los animales o las tareas de limpieza. Pero con el paso del tiempo, y el abandono de estas infraestructuras, muchos se cegaron con escombros o se dejaron secar.

“Se conocían estas galerías”. “La gente mayor que ha vivido de pozos sabía que en su casa había una entrada del pozo a un tipo de galería que comunicaba con la calle y con la de los vecinos”, apunta. Pero las nuevas construcciones, los bloques con aparcamientos subterráneos y las reformas urbanas fueron destruyendo tramos enteros de galerías. En algunos casos se contaminaron con aguas fecales; en otros, el Ayuntamiento optó por tapiarlas para evitar riesgos, especialmente cuando se comunicaban con viviendas particulares.

Pulpillo entiende esas medidas, aunque insiste en que deben compatibilizarse con la conservación del patrimonio. “Yo estoy esperando actualmente por domicilios particulares con el permiso de ellos”, comenta. De hecho, sus exploraciones se limitan siempre a propiedades privadas y con autorización expresa.

A través de esos accesos ha descendido hasta quince metros de profundidad. En una ocasión, él y su compañero recorrieron unos quince metros de galería antes de toparse con un muro tapiado. En otras, han tenido que arrastrarse por túneles de apenas dos metros de altura, o atravesar pasadizos donde el barro les llegaba a los codos.

Mina de agua y refugio de la Guardia Civil

Uno de los lugares que más le intrigan es la zona de San Isidoro, donde en los años ochenta, durante unas obras, se descubrió un refugio de la Guerra Civil y un tramo de galería subterránea. “Ahí entraron los bomberos, en esa parte. Hay documentación y fotos de bomberos cuando entraron ahí”, explica. Su intención es volver a acceder a ese punto si el Ayuntamiento lo autoriza.

Algunos vecinos cuentan que, de pequeños, se adentraron en esas galerías. Otros aseguran haber visto cómo las minas comunicaban con los antiguos rebosaderos del casco histórico. Pero la mayoría de los accesos fueron sellados. Las zonas bajas, las que llevaban las aguas hacia los miradores, son hoy inaccesibles.

Su principal objetivo es hallar una galería amplia y en buen estado que pueda ponerse en valor como recurso patrimonial y turístico. “A mí lo que me gustaría es tener permiso del Ayuntamiento y dar con una galería buena para que las pusieran en valor desde el Ayuntamiento como ciudad Patrimonio de la Humanidad. Un tramo, hace falta que sea grande, 40 metros o 50, como se está haciendo en Torreperogil”, cuenta.

Las galerías son muy bonitas, con el agua muy cristalina, porque están en roca madre

"Las galerías son muy bonitas, con el agua muy cristalina, porque están en roca madre”. Son túneles limpios, tallados en piedra viva, donde el agua aún corre con pureza. En otras, el terreno se mezcla con capas de grea, una arcilla pegajosa que lo deja “de barro hasta los ojos”. A veces, dice riendo, basta un movimiento para que el agua, antes clara, se enturbie por completo. “Antes existía la profesión de pocero”, recuerda con cierta nostalgia, “y ellos se encargaban de mantener limpias las galerías”.

Durante sus incursiones ha reconocido detalles que apuntan a un origen romano. El tipo de picado en la piedra, las hornacinas talladas en las paredes para colocar lucernas o los respiraderos dispuestos cada nueve metros son señales de un trabajo muy antiguo. Por esos pozos se sacaba el material excavado y se ventilaban los túneles.

La sensación de bajar allí, dice, es difícil de describir. “Es muy impresionante estar ahí debajo en una ciudad como esta”, confiesa. En más de una ocasión ha tenido la certeza de estar pisando un terreno en el que no había entrado nadie en décadas. El suelo es una fina capa cristalizada de sedimentos que se rompe al paso, liberando un flujo de agua quieta durante años. “He roto la capa y ha salido un rollo de agua. Es un indicativo de que hace muchos años que no ha pasado nadie”, explica

En algunos minados ha encontrado estalactitas y estalagmitas. Las paredes hablan también del paso del tiempo, las galerías más antiguas tienen techos planos, mientras que las posteriores adoptan formas abovedadas para ganar resistencia. Son diferencias que cuentan la evolución técnica de los constructores anónimos que horadaron el subsuelo ubetense.

Minas de agua de Úbeda. / Cristóbal Pulpillo.

Un entramado que se extiende por toda la ciudad

Según Pulpillo, las minas atraviesan toda la ciudad, desde la Atalaya, la parte más alta, donde se concentran las bolsas de agua, hasta los miradores. “Los importantes son los que van por el casco histórico. He entrado en la gran mayoría de barrios”, asegura. El tramo más largo que ha recorrido hasta ahora alcanza unos 150 metros. Todos los accesos se encuentran en terrenos privados, en pozos antiquísimos, tanto dentro del casco urbano como en cortijos de las afueras.

“Se han perdido muchas y hay filtraciones de aguas fecales”, lamenta, aunque añade que todavía existen tramos en perfecto estado, que podrían estudiarse y documentarse. “Cuando tengamos el permiso del Ayuntamiento entraremos el equipo completo y se haría, si se pudiera, un estudio topográfico. Eso sería ya el siguiente paso si se hace un acuerdo con el Ayuntamiento”, expresa el espeleólogo.

Para ser una ciudad Patrimonio de la Humanidad le daría un caché más. No sería solamente limitarse a los monumentos, sino también sería explotar y divulgar el subsuelo. Para Úbeda sería un paso muy importante, además hay en los extramuros que no estorbaran y también serían visitables.”

Mientras espera la autorización municipal, Cristóbal sigue explorando, documentando, fotografiando. Con su casco y su linterna desciende a un mundo donde el tiempo parece detenido. Lo hace convencido de que el verdadero patrimonio no solo se alza hacia el cielo, sino que también se esconde bajo los pies.

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