El parqué
Continúan los máximos
Jaén retro
Al cumplirse el quincuagésimo aniversario del fallecimiento de Francisco Franco, se reaviva con intensidad el examen histórico sobre las huellas materiales y simbólicas que el régimen dictatorial imprimió en la geografía española. Jaén, una provincia que, paradójicamente, se convirtió en uno de los territorios peninsulares más frecuentados por el dictador, constituye un caso de estudio extraordinario para comprender las complejas dinámicas entre el poder central y las realidades locales durante aquel período. A través de un análisis pormenorizado de sus numerosas estancias —tanto oficiales como privadas— y del peculiar devenir de la estatua que lo representó en la capital, podemos reconstruir una faceta significativa de aquella época, que continúa generando un profundo debate social e historiográfico.
Lejos de la pompa y el ceremonial del poder, Franco encontró en las tierras jiennenses su espacio de esparcimiento predilecto. Entre 1951 y 1972, sus visitas a la provincia respondieron primordialmente a su arraigada pasión por la caza mayor y la pesca. La finca de Arroyovil, situada en el término municipal de Mancha Real y propiedad de su yerno Cristóbal Martínez-Bordiú, marqués de Villaverde, se erigió en su cuartel general particular. Este enclave privilegiado no solo albergaba excelentes cotos de caza, sino que llegó a acoger, de manera excepcional, sesiones del Consejo de Ministros, difuminando así los límites entre el ocio privado y los asuntos de Estado.
Los testimonios de periodistas como Vicente Oya, que cubrieron estas estancias, retratan a un Franco distante y de pocas palabras, quien se limitaba a saludar con una sonrisa tenue a las personalidades que el estricto protocolo le presentaba. Sus incursiones por la Sierra de Cazorla, Segura y Las Villas y Sierra Morena constituían operativos logísticos de considerable envergadura. Según relatan guardas forestales y participantes en aquellas cacerías, los preparativos comenzaban varios días antes, cuando los equipos de vigilancia se afanaban en ubicar estratégicamente los mejores ejemplares de gamo, muflón y ciervo, garantizando así el éxito cinegético del Caudillo.
Estos viajes privados generaban anécdotas que la prensa del Movimiento nunca recogió, pero que permanecieron en la memoria oral de los testigos. Como aquel episodio en los alrededores de Segura de la Sierra, donde una mujer que regresaba del río con su cesto de ropa lavada, al ver pasar al dictador en un Land Rover descubierto, exclamó a su marido: "¡Mira, Manolo! Es el que sale en los sellos". O el incidente ocurrido al vadear un arroyo, cuando Franco resbaló en una piedra y cayó sentado en el agua, provocando la exclamación involuntaria de un guía forestal: "¡Coño, don Franco, que se va a caer!", un desliz que, según las crónicas orales, le costó al funcionario su inmediata destitución.
La provincia de Jaén fue también escenario de cacerías diplomáticas de alto nivel. En febrero de 1965, el dictador recibió en la finca 'Lugar Nuevo', en plena Sierra Morena, al rey Hassan II de Marruecos. La crónica de aquel evento, minuciosamente registrada por la prensa de la época, detalla un operativo sin precedentes que empleó cerca de 600 perros de caza y que resultó en el abatimiento de más de un centenar de piezas. Igualmente significativa fue la cacería de 1967, que congregó en los mismos parajes a figuras tan dispares como el exiliado rey Simeón II de Bulgaria y el torero Manuel Benítez, 'El Cordobés', simbolizando la peculiar amalgama de personalidades que frecuentaban el entorno del régimen.
En contraste con la discreción de las cacerías privadas, las visitas oficiales constituyeron auténticos ejercicios de puesta en escena del poder totalitario. Las ciudades y pueblos jiennenses experimentaban metamorfosis temporales: las calles principales se engalanaban con colgaduras, banderas nacionales y gallardetes; se erigían arcos triunfales efímeros; los comercios cerraban obligatoriamente y la población, con especial énfasis en los escolares, era movilizada para crear una apoteosis de fervor popular cuidadosamente orquestada.
El periplo oficial de abril de 1961 representa un caso paradigmático de esta coreografía del poder. En el transcurso de apenas cuarenta y ocho horas, el dictador visitó una veintena de localidades, desde La Carolina hasta Bailén, inaugurando infraestructuras emblemáticas del Plan Jaén y recibiendo toda suerte de obsequios simbólicos. En La Carolina, los mineros le hicieron entrega de una reproducción en plata del candil que utilizaban en sus labores subterráneas, acompañada de la frase: «Este candil le servirá para que su Excelencia ilumine por muchos años nuestra querida España».
En el año 1943, apenas cinco años después del fin de la Guerra Civil, se asistió en Jaén a la consagración definitiva del culto a la figura de Francisco Franco. Las autoridades organizaron para la ocasión un recibimiento de una intensidad simbólica sin precedentes, instando a la población a que arrojara una lluvia de flores sobre el ilustre visitante desde los balcones que jalonaban su recorrido.
Frente a la puerta de la catedral, una elaborada alfombra de flores reproducía el escudo de España y proclamaba la consigna "¡Franco! ¡Arriba España!". Tras venerar el Santo Rostro en compañía de su esposa, el Caudillo fue obsequiado con un lujoso volumen sobre la historia de la reliquia —con la cubierta trabajada en oro y plata— y con una muñeca ataviada con el traje regional de "pastira" para su hija Carmencita.
El itinerario incluyó una parada en la cripta de los Caídos, donde, según el lenguaje de la época, "oró ante los restos de varios miles de mártires asesinados por la horda durante la dominación roja". La jornada culminó con un multitudinario acto de adhesión en el Estadio Municipal de La Victoria. Desde una gran tribuna, Franco dirigió su discurso a una masa de unos veinte mil falangistas que lo ovacionaron con fervor.
Los discursos oficiales, siempre leídos con voz monocorde, seguían un guión meticulosamente preparado que incluía pausas estratégicas para los aplausos. El episodio ocurrido en Linares durante la visita de 1961 ilustra perfectamente esta coreografía. Tras un discurso sobre la unidad de España, una voz —previamente coordinada desde el público— gritó: "¡Y un Caudillo!". Franco, con notable frialdad, respondió: "El Caudillo es lo de menos; lo principal es una doctrina, que es lo que permanece". Inmediatamente, recibió una ovación del mismo "espontáneo" que había iniciado la consigna.
La prensa de la época, unánime en su tono de alabanza, describía aquellos eventos con frases como: «Es increíble cómo, al cabo de tantos años, el nombre de Franco se agiganta y se renueva en el eco de las distancias», o «Aún lleva el coche del Generalísimo el polvo de las largas caminatas». Los titulares a toda plana reproducían consignas del régimen: «No damos a los labradores los desperdicios de la nación, sino las tierras más fecundas»; «Creamos nuevas fuentes de riqueza para que no haya hombres sin trabajo».
Doña Carmen Polo de Franco mantuvo una relación especial con Jaén, donde solía pasar las temporadas navideñas. En más de una ocasión, presidió la Cabalgata de Reyes Magos de la capital jiennense, demostrando un particular interés por las tradiciones locales. Durante sus estancias en 1963 y 1973, visitó Úbeda acompañada de sus nietos para admirar el elaborado belén instalado en la casa del artesano local Pedro Blanco Vera. Uno de sus rituales más significativos era la visita anual a la catedral para besar la reliquia del Santo Rostro, una ceremonia que se convertía en todo un evento social.
El invierno de 1962-1963 trajo consigo graves inundaciones que afectaron considerablemente a los pueblos de la vega del Guadalquivir. Franco visitó la provincia para constatar los daños y recorrió localidades como Mengíbar y Andújar. Sin embargo, el episodio de mayor repercusión fue su visita a Marmolejo, donde había ocurrido la trágica muerte de un joven pastor, Francisco Ramiro Lara, que pereció arrastrado por la crecida del río al intentar salvar a uno de sus corderillos. La prensa del régimen elevó el suceso a la categoría de gesta heroica, y Franco aprovechó la ocasión para abrazar al padre del muchacho, una imagen que fue ampliamente difundida para proyectar una visión bondadosa del dictador. La muerte del pastorcillo inspiró poemas y artículos, e incluso se planteó erigir un monumento por suscripción popular. Asimismo, el Instituto de Estudios Giennenses celebró en la localidad la Fiesta de la Poesía, dedicada al joven héroe.
En septiembre de 1975, en el ocaso del régimen y apenas sesenta días antes de la muerte del dictador, se inauguró en Jaén la estatua que durante una década representaría su figura en la capital. La prensa de la época documenta minuciosamente su gestación: en mayo de ese mismo año anunciaba que «Jaén erigirá un monumento al Caudillo» por decisión unánime del Consejo Provincial del Movimiento y del Ayuntamiento.
La efigie fue encargada al escultor José María Palma Burgos, descrito como «uno de los mejores retratistas de la escultura». El artista reveló detalles técnicos significativos: la estatua de bronce mediría 2,60 metros de altura y pesaría alrededor de 600 kilos, representando al Caudillo de pie. Palma Burgos declaró: «El trabajo es difícil. Aparte de la inspiración que pueda tener como artista, he puesto mi gran cariño hacia la figura del Caudillo».
En julio de 1975, los periódicos anunciaban en portada: "YA ESTÁ EN JAÉN LA ESTATUA DEL CAUDILLO", destacando que la obra acababa de ser terminada en Madrid y trasladada a la capital jiennense. Su ubicación ya generaba cierta polémica, y se situó finalmente en la confluencia del Paseo de la Estación con la Avenida Ruiz Jiménez, luciendo la inscripción "Jaén a Francisco Franco". La prensa de la época describía el monumento como "la expresión fiel del afecto, la adhesión y la gratitud permanente de los jiennenses al Caudillo de España".
Para los jiennenses, el coloso se convirtió con los años en un mudo testigo de la vida cotidiana, un elemento más del paisaje urbano que muchos aprendimos a mirar sin ver. Yo mismo, de niño, pasaba a su lado cada mañana de camino al colegio. Su silueta era una parada más en mi ruta habitual, un fragmento inmóvil de la ciudad. Hasta que una mañana, la efigie desapareció. Solo quedaba el pedestal vacío: un hueco silencioso que delataba su ausencia. Supe entonces que, al abrigo de la noche y para eludir la polémica, las autoridades la habían hecho desaparecer, borrando de un plumazo un símbolo que, de pronto, se reveló tan frágil como efímero.
La madrugada del 12 de agosto de 1986 marcó el epílogo a la presencia física del dictador en las calles de Jaén. El recién nombrado alcalde socialista, José María de la Torre Colmenero, que había accedido a la alcaldía apenas dos semanas antes, ordenó la retirada inmediata de la estatua. El argumento esgrimido fueron los problemas de seguridad vial, dada la considerable envergadura del conjunto escultórico y su ubicación en una zona de intenso tráfico rodado y peatonal.
La operación, ejecutada con grúas y excavadoras municipales, se llevó a cabo sin un debate previo en el pleno, lo que generó inmediatas y airadas críticas por parte de la oposición. El portavoz de Coalición Popular, Felipe Oya Rodríguez, calificó la medida como "un acto de fuerza y prepotencia" y "un ataque frontal a la historia de todo un pueblo". En rueda de prensa, el alcalde justificó su decisión afirmando que había consultado a la dirección provincial del PSOE —"porque en este caso era imprescindible realizar una valoración política"— y se manifestó abierto a "ceder la estatua a quienes estén dispuestos a recibirla".
Lo que ocurrió después con la estatua constituye, quizás, la metáfora más elocuente de su propio ocaso histórico. Tras su retirada, comenzó un peregrinaje por diferentes almacenes municipales que acabó por convertirla en una sombra grotesca de lo que fue. Reportajes periodísticos posteriores, como el publicado por el diario ABC en 2016, revelaron su penoso estado de conservación: abandonada en una nave municipal, la figura había perdido un ojo y una pierna —que yacía separada del cuerpo como resultado de un "tajo limpio"—, mientras sus brazos presentaban graves deterioros.
El servicio de mantenimiento del Ayuntamiento sugirió que los daños podrían haberse producido durante los sucesivos traslados entre las dependencias de los depósitos de agua de San Felipe y Vaciacostales. No obstante, el entonces concejal de mantenimiento urbano del PP, Juan José Jódar, señaló que todos esos traslados y el abandono ocurrieron durante mandatos socialistas, afirmando que "si no ha sido destruida por la izquierda no ha sido por falta de ganas". El estado de la efigie era tan deplorable que, según describían los periodistas, "invita menos a la ira que a la conmiseración".
Las visitas de Franco a Jaén y el destino final de su estatua reflejan la compleja relación entre la memoria histórica y el espacio público en España. Este recorrido, desde las pomposas visitas oficiales hasta la efigie que terminó mutilada en un almacén, evidencia cómo los símbolos de un régimen autoritario dejan una huella imborrable.
La estatua, que permanece abandonada en un almacén municipal, simboliza no solo el fin de una dictadura, sino también la dificultad de una democracia joven para gestionar los vestigios incómodos de su pasado. La memoria persiste, obligándonos a reflexionar sobre cómo una sociedad decide qué conservar, qué transformar y qué dejar atrás para construir una convivencia democrática.
Así, la relación de Jaén con Franco, tejida a través de décadas de visitas y materializada en una estatua que conoció la gloria y el olvido, se mantiene como un capítulo abierto en el necesario ejercicio de memoria histórica que toda sociedad debe afrontar para reconciliarse con su pasado y proyectarse hacia un futuro compartido.
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