Construir ciudades para todas las personas

10 de noviembre 2025 - 03:10

Cada 8 de noviembre se celebra el Día Mundial del Urbanismo, una fecha que invita a reflexionar sobre el papel que el planeamiento tiene en la calidad de vida, la equidad y la sostenibilidad de nuestras ciudades. En 2025, esta conmemoración adquiere una relevancia especial ante los desafíos de desigualdad, crisis ambiental y fragmentación urbana que atraviesan el planeta. Propongo que bajo el lema “urbanismo inclusivo”, la fecha nos convoque a repensar el sentido mismo de hacer ciudad: ¿para quiénes diseñamos y gobernamos los espacios urbanos?

Durante décadas, la planificación urbana se guio por un modelo funcionalista que imaginaba un habitante tipo: varón adulto, económicamente activo, con movilidad autónoma y tiempo lineal. Pero las ciudades reales son mucho más diversas: están habitadas por mujeres, infancias, personas mayores, migrantes, comunidades originarias, personas con discapacidad, trabajadoras informales y una multiplicidad de cuerpos y modos de vida. El urbanismo inclusivo surge precisamente para reconocer esa diversidad y transformarla en un valor estructural del diseño urbano. Repensar la ciudad desde la inclusión implica reconocer que la desigualdad no solo se expresa en la distribución del suelo o de los servicios, sino también en el derecho a habitar, circular y participar de manera equitativa en el espacio común.

Un urbanismo inclusivo se sustenta en tres pilares éticos y políticos: equidad espacial, que busca una distribución justa de oportunidades, equipamientos y servicios; justicia social, que repara las desigualdades históricas y promueve la participación real en las decisiones urbanas; y derecho a la ciudad, entendido no solo como acceso físico, sino como la posibilidad de transformar y apropiarse del territorio colectivamente.

A estos principios se suman otros criterios esenciales: la accesibilidad universal –para que la ciudad pueda ser vivida por todas las personas, sin barreras físicas, sensoriales o cognitivas–; la diversidad y representación –para que cada grupo encuentre su lugar visible y digno–; y la perspectiva de género y de cuidados, que reconoce que la ciudad no puede sostenerse sin quienes la cuidan cotidianamente.

En un contexto de creciente inseguridad, el urbanismo inclusivo propone pasar del paradigma del control al paradigma del cuidado. Una ciudad segura no es la que vigila, sino la que ilumina, conecta y acoge. Espacios bien diseñados, con visibilidad, usos mixtos, vida comunitaria y servicios de proximidad son estrategias más efectivas que las políticas de encierro o exclusión. El diseño urbano puede prevenir la violencia no mediante la desconfianza, sino fomentando la presencia activa y diversa de personas en el espacio público. En definitiva, la seguridad inclusiva es un derecho colectivo que se construye con confianza social, convivencia y participación ciudadana.

Uno de los mayores desafíos del siglo XXI es reorganizar la ciudad para poner la vida en el centro. Las tareas de cuidado –históricamente invisibles y feminizadas– requieren barrios próximos, servicios esenciales cerca del hogar, infraestructuras comunitarias y tiempos urbanos más humanos. Pensar la ciudad desde el cuidado es también pensarla desde la sostenibilidad social y ambiental.

Celebrar el Día Mundial del Urbanismo desde esta mirada inclusiva no significa celebrar logros alcanzados, sino renovar compromisos. La ciudad del futuro debe ser accesible, diversa, justa y participativa. No hay sostenibilidad sin equidad, ni modernidad sin derechos. El urbanismo inclusivo nos recuerda que cada rampa, cada banco, cada parque y cada decisión de zonificación es una declaración política sobre a quién pertenece la ciudad.

Construir ciudades para todas las personas es, quizás, el mayor acto de justicia urbana de nuestro tiempo.

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