Las ideas son capaces de superar todos los obstáculos y dificultades; gota a gota erosionan las mentes más cerradas hasta hacerlas cambiar de opinión; discurren por valles y ciudades transformando el mundo; se mejoran unas a otras en un interminable relato de avances… Pero se estrellan una y otra vez con el muro que representan los Pirineos.
Mear mirando hacia Inglaterra y odiar a los afrancesados se convirtieron pronto en axiomas para el español de bien, ávido de nuevas glorias y orgulloso de su pasado. Pero en el fondo esas palabras solo albergan un resentimiento por lo perdido que aún perdura en el sustrato más interno de nuestra sociedad. Es rascar un poco la superficie de nuestras instituciones y aflorar en carne viva la envidia por no ser más grandes y libres…
Un ejemplo se encuentra en nuestra propia Constitución, en la cual sigue escrita a fuego la inviolabilidad del Rey. Vivimos de facto en un Estado cuasifederal no declarado y por esa misma razón se le tiene tanto pavor a modificar la Carta Magna, puesto que nadie quiere ser el responsable de romper oficialmente España. Y así vamos, estrenando país cada cuatro años, con nuevas leyes que derogan las promulgadas por los rivales políticos de turno, todo ello bajo el amparo de un texto sacrosanto y revelado que nadie se atreve a profanar.
Pero más allá de los Pirineos todo es diferente. Al norte de esa cordillera no tiembla el pulso a la hora de convertir un concepto tan controvertido como el aborto en un derecho constitucional, protegido de leyes temporales y partidistas. Francia lo acaba de hacer y desde aquí abajo muchas personas miran con incredulidad, mientras otras lo hacen con admiración. Estas segundas a buen seguro que serían tildadas de afrancesadas siglos atrás; en cambio, las primeras posiblemente sean descendientes de aquellas mujeres que, dinero en mano (y no poco), viajaban a Londres y otros destinos europeos hace solo unas décadas para abortar.
No entraré en el debate de aborto sí o aborto no, porque personalmente creo en los matices de la existencia humana y en la subjetividad de los dilemas morales. Además, esa reflexión les corresponde a ustedes, más allá de lo que yo piense… Lo importante de esta noticia es el hecho de que siempre vamos a remolque de otros pueblos más valientes a la hora de avanzar. Curiosamente, los mismos pueblos a los que solemos culpar de nuestro retraso. Supongo que algún día seremos valientes; tan valientes como para darnos cuenta de lo cobardes que somos.

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