Agria-cultura

10 de febrero 2024 - 07:00

Decía Rousseau que "la primera y más respetable de las artes es la agricultura". Cicerón dijo algo parecido. Y mi padre, José, también. Él tenía un pequeño huerto de no más de un celemín que cuidaba con celo en sus ratos libres. Yo le ayudaba a quitar las piedras y de vez en cuando encontraba alguna que otra perra gorda que sonaba a tesoro cuando la azada topaba con ella. Aún las conservo…

Mi padre plantaba patatas, tanto blancas como rojas; pimientos, que luego freía mi madre; tomates, cuyo azufre azul limpiaba en mi ropa antes de hincarle el diente a escondidas; pepinos, berenjenas, calabacines, maíz… Lo que tocara cada temporada. Mi madre, Carmen, también plantaba gladiolos. José regaba con agua y sudor a partes iguales cada surco de aquella tierra, como si le fuera la vida en ello, esmerándose en su labor solitaria con tal de poder llevar a casa el fruto de su esfuerzo. Pero José se hizo mayor y poco a poco fue perdiendo la memoria. Recordaba sus años mozos, pero había olvidado por completo cómo arar y, lo que es peor, para qué. Así murió, pero quiero pensar que recordó en su último suspiro el olor de sus verduras y el calor del sol sobre su espalda…

Perder el vínculo con la naturaleza es lo peor que le ha pasado al ser humano. Cultivar nos hizo sociedad, pero nos hemos vuelto tan urbanos que desconocemos el origen de los alimentos que comemos. Ni siquiera caemos en la cuenta, cuando compramos barato, de que el campo se cosecha a mano y a menudo se vende al peor postor. Poco nos importa que el productor cobre una miseria si con ello ahorramos en la cesta, sobre todo si ese mismo productor nos molesta con el tractor desde el que reivindica un trato justo. Nunca llueve a gusto de todos, sencillamente porque ya casi nunca llueve…

Entre guerras, sequías, importaciones, intermediarios y consumidores sin poder adquisitivo, los agricultores intentan estos días recuperar en los caminos parte de la dignidad perdida en los despachos. Pero ni las barricadas ni los cortes de carretera tendrán tanta fuerza como la frase que he leído en una de las manifestaciones: «¡Sin cebada no hay cerveza!». Esta frase, por sí sola, ha despertado y unido a toda España. Puede parecer graciosa; de hecho, posiblemente usted haya sonreído al leerla como lo hice yo… Pero en el fondo da rabia tener que recurrir al humor para que les tomen en serio. Espero que algún día maduremos como país. Por la cuenta que nos trae.

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