Azul cerúleo

21 de agosto 2025 - 03:11

Sería el título perfecto si yo me dedicara a hablar de trapitos. Azul cerúleo resume el apabullante discurso de Meryl Streep reivindicando el mundo de la moda en El diablo viste de Prada. Lo que puede parecer anecdótico –venía a decir–, como ese jersey de un azul extraño entre una montaña de prendas en rebajas, es el último eslabón de una cadena trófica que comienza en los desfiles de las grandes firmas –esa cosa que no interesa a casi nadie– y termina en tus manos. En el camino, cantidades ingentes de dinero y muchos puestos de trabajo.

La moda es ese negocio millonario y sangriento mirado con desdén, aunque pueda llegar a ser millonario vendiendo a precios de saldo.

A muchos nos fascina la moda no sólo por lo que tiene de arquitectura, sino por lo que tiene de chivato de los tiempos. Uno de los interrogantes de la época es por qué, desde hace décadas, parece estancada frente a lo que había sido la tendencia anterior. Si tomamos el siglo XX, en un salto de veinte años, la indumentaria no tiene nada que ver. Los trajes del 1900 parecen (y casi lo eran) de una civilización distinta a los de la década de los 20; la moda de los años 40 apenas guarda parecido con la de las flappers; la de los años 60 es extraterrestre respecto al new look; el flower power parecía algo de abuela en los 80, mientras que la década del neón hacía rechinar los dientes en la sobriedad de los primeros 2000. Y, desde entonces, parón. Sí, hay cosas distintas: ha podido ir cambiando el alto de la cintura, el ancho de los abrigos. Los cortes de pelo varían sin remedio, inexorablemente. Pero la vestimenta mantiene bastante homogeneidad: si vemos una película o una serie de hace veinte años, algún detalle se sale de madre, pero en general lo que observamos lo podríamos encontrar por la calle –no se aleja de la tendencia del normcore, que también refleja otra inercia social, mal que nos pese: la de la cada vez mayor homogeneidad–. En otras décadas, un estilo de hace veinte años se habría tomado casi por un disfraz.

Quizá sea muy arriesgado decir que lo que nos ponemos es un reflejo de lo que vivimos –aunque Miranda/Meryl diría que por supuesto que lo es, que a qué estamos jugando–. Pero es innegable que el estilo ha dado saltos de la mano de revoluciones de toda índole, y el siglo XX no se quedó corto al respecto. Nuestro tan alucinado mundo, sin embargo, no hace más que elevar a la máxima potencia descubrimientos cuyos mimbres se pusieron en el salto entre siglos. Y ahí seguimos, básicamente, rumiando.

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