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Jueces y fiscales andaban días atrás interrumpiendo su actividad para protestar. Un parón en la justicia a modo de huelga para visibilizar un desacuerdo con otra ocurrencia del ministro Bolaños, que recientemente se ha entretenido en condecorar a Rodríguez Zapatero –que no pasó de dar clases de Derecho Constitucional unos años en la Universidad de León– con la Gran Cruz de la Orden de San Raimundo de Peñafort, provocando otro encontronazo con jueves y fiscales, y meses atrás se sacó de la manga una nueva ley, pretendidamente llamada “de eficiencia”, y que de momento está ocasionando justo lo contrario.
Un desbarajuste que causa estragos y que llevado a la práctica provoca situaciones que en nuestro Jaén acaban por ser ordinarias.
De cinco en cinco minutos se señalan en nuestros juzgados de lo penal procedimientos que persiguen acabar por la vía rápida a través de la conformidad de la persona acusada.
Eso, en la sede judicial que alberga los penales en la Avenida Ejército Español se convierte en un sucedáneo de atasco similar al que se produce alguna vez en plena carrera de San Antón cuando el personal frena en seco para hacerse un selfie con la obra de Vandelvira de fondo a su paso por la Plaza de Santa María.
Se produce un tapón. Un atasco. Pues igual está ocurriendo en ese edificio donde abogados, jueces, testigos y partes implicadas se amontonan mirando compulsivamente el reloj sin perder de vista la actualización de esas pantallas de aeropuerto que han instalado en los pasillos de los juzgados, que viene a ser casi la mayor modernización de la justicia que hemos conocido de un tiempo a esta parte: mirar si un procedimiento ordinario va en hora como el que busca la próxima salida de un avión a Las Palmas o el inminente ferry de Algeciras a Ceuta.
Las mañanas a veces se acaban eternizando en esa espera judicial inviable e imposible en unos pretendidos cinco minutos, aguardando con la toga bajo el brazo mientras resuena en nuestra mente Víctor Jara cuando al cantar "Te recuerdo Amanda” ya sentenciaba que los cinco minutos de reloj de nuestras vidas discurren tan lentos como si estuvieran eternizándose.
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