De las cosas pequeñas

28 de junio 2025 - 08:00

Decía Anjezë Gonxhe Bojaxhiu que no siempre podemos hacer grandes cosas, pero sí cosas pequeñas con amor. Cuando uno es joven le seduce la idea de cambiar el mundo, triunfar a los ojos de los demás y conseguir el reconocimiento público por nuestra aportación. Luego el tiempo nos sonríe con ternura y nos pone en nuestro sitio, haciendo que reduzcamos las expectativas de logro a un estado de anonimato, paz interior y buenos alimentos. El ímpetu siempre empuja hacia adelante, pero la edad provoca un natural desgaste generalizado en el ánimo que nos acaba guiando hacia la nobleza de las acciones silenciosas, humildes y tranquilas. La buena de Anjezë (y hablo en femenino porque era mujer) fue una de esas excepciones, ya que hasta el final de sus días hizo pequeñas cosas que la hicieron grande, con sus luces y sus sombras. La buena de Anjezë, o Agnes, no era otra sino Teresa de Calcuta.

Pero no hablemos de religión y hablemos de otro tema que, como ella y como la política, une y desune a partes iguales: el fútbol. Este surrealista giro de guion en el artículo se debe a una noticia que ha sacudido la pequeña ciudad de Jaén hasta sus cimientos, a pesar de lo limitado de su alcance y lo modesto de su significado. El ascenso de categoría del equipo local ha provocado un sentimiento patrio exacerbado, más que nada por su simbolismo. Como capital de provincia vaciada su ciudadanía ha tomado por costumbre la bajada de brazos, la derrota y el desamparo. Siendo honestos, la mayor parte de jaencianos y jaencianas permanecen aquí porque no tienen otro sitio mejor al que ir y pocas personas persisten en ese idealismo del que bebe el orgullo por la tierra.

Pocas son las alegrías y muchas las limitaciones en el día a día, de ahí que la victoria de un equipo que una vez fue grande se haya tomado como un domingo de resurrección particular. Doce mil apóstoles fueron testigos del ascenso; yo, por supuesto, no fui al estadio. No he ido nunca porque el fútbol me aburre y porque me avergüenza la ingente cantidad de gritos e insultos que inundan las gradas pero tengo que reconocer que, aunque el equipo haya subido a lo que antes era Tercera División (hoy, Segunda RFEF), lo cual podría considerarse como un premio de consolación para quienes residen en otros lares más familiarizados con la gloria, el verdadero logro no ha sido el material sino el hecho de que con algo tan básico y local, tan pequeño, se le haya devuelto la ilusión y la ambición por lograr algo más importante a toda una ciudad. Porque una vida sin objetivos es como estar muerto y Jaén lleva ya sufridos tantos desengaños, engaños, paños y patrañas que, oigan ustedes, bien merecida es una celebración de vez en cuando, aunque sea por una cosa pequeña. Déjennos trascender por un momento nuestra miseria. ¡Ala, Jaén! ¡Ala, feliz día!

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