Vericuetos
Raúl Cueto
El caso
Dimitri es un nombre ruso. Muchos rusos en Rusia. Y buenos polvorones de la Estepa, que dice el chiste… Dimitir, en cambio, es un verbo español. Tan español que no hay patriota que se precie que no pida la dimisión del rival de turno por cualquier motivo. Dimitir es, por tanto, la mayor pena posible en la mente de un político español, porque supone la condena a galeras del enemigo al tener este que apartarse de los jugosos cargos públicos, con sus dádivas y prebendas a costa del electorado, para su cruel y humillante regreso a la clase cotizante. Nada satisface más a los asalariados de las siglas que humillar al contrario. Yo diría que esa es su principal actividad y razón de ser, dada la mediocridad que demuestran en sus declaraciones.
Por otro lado, y en contrabalanza a esta acepción, dimitir se ha convertido en la versión política de la absolución católica, que todo lo perdona y todo lo limpia. Una dimisión es una bula para quien la presenta y con ella queda la deuda saldada, haya hecho lo que haya hecho, ya sea comprar un Máster en la Universidad Rey Juan Carlos o falsear por completo su currículum tirando de Canvas, poniendo muchas flores y colorines que rellenen y distraigan. Se peca, se confiesa, se dimite y Hosanna en el cielo...
Lo de inflar los méritos académicos es ya un clásico en las instituciones. Aquí todo el mundo es muy listo y con un bagaje que da para tres vidas, aunque se sea un cuasipúber de pelo Pantene y sonrisa Profidén que no ha dado un palo al agua más allá de las órdenes de su partido, amparada (eso sí) por papá y mamá y por algún gerifalte de la disciplina que le adopte para el delfinato y el frente de combate. Todo vale para llegar arriba en el escalafón de mezquindades en que se ha convertido la política española, donde ya no solo llegan los mejores sino sobre todo los más caraduras, con quienes se codean de tú a tú; el caso es meter la cabeza en el sistema, atrincherarse, aparentar como la mujer del César y, llegado el caso, dimitir para salir indemne de toda responsabilidad. Negocio redondo, porque sale a cuenta…
Una dimisión es, por tanto, no una herramienta de repudio y vergüenza como debería ser, sino un elogio a la honradez e integridad de quien la ejecuta. Y esta ironía es sencillamente admirable, porque demuestra a las claras que los Dimitri son las personas más preparadas que existen (mucho más que usted y que yo, ¡dónde va a parar!), pues transforman la infamia de sus actos en nobleza de espíritu a la vista de todos. Deberían reflejar ese mérito también en su currículum; en la primera línea, a ser posible. Así se ahorrarían tener que mentir descaradamente en el resto.
Demetrios y Demetrias del mundo, sois un ejemplo, un modelo, un paradigma de todo lo que no debe hacer una persona íntegra. Por eso os queremos lejos de la soberanía nacional. ¡Dimitri, da svidániya!
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