Viva Franco (Battiato)
Javier González-Cotta
Osborne, el articulista quieto
Entre los placeres del pasado domingo no fue el menor la visita a la exposición del Caixaforum Interior Berlanga. Cine, vida y humor. Ante Luis García Berlanga muchos experimentamos el deseo de la imitatio para beneficiarnos, aunque sea mínimamente, del influjo de este maestro del arte y la vida. Para qué engañarnos: nos gustaría tener un mínimo de su estilo anarcoburgués, de su sentido del humor tierno y salvaje a la vez, de su elegancia clásica, de su talento como creador y, ¿por qué no? de su colección de fetiches eróticos.
Como es bien conocido, cuando alguien le dijo a Franco que Berlanga era comunista (algo completamente falso), le respondió con una de esas sentencias tan del gallego: “es algo mucho peor, es un mal español”. Es curioso que dijese esto, porque pocos cineastas hay más españoles que el valenciano. Al igual que Quevedo, Almodóvar, Solana o Unamuno, a Berlanga no se le puede entender sin tener en cuenta tanto el volksgeist hispano como las coyunturas políticas concretas de las diferentes Españas que le tocó vivir. Berlanga, discípulo confeso del olvidado sainetista Carlos Arniches (el 98 cachondo), supo hacer la sátira perfecta de su siglo, sin sectarismos ni peloteos, con esa mezcla de amor y reproche a lo español que rezuman todas sus películas.
En el director de El verdugo se cumple un tópico: fue un artista irremplazable. Lo vemos claramente estos días de polarización y absoluta falta de humor. ¿Qué alocados planos secuencia no hubiese realizado Berlanga con un consejo de ministros de Sánchez, el último congreso del PP, la fuga de Puigdemont, las soflamas de Irene Montero, las lagrimitas de Yolanda Díaz, el uniforme austrohúngaro de Abascal, las macarrerías de Rufián, la corrección política de tanto supremacista moral? Cómo nos hubiésemos reído con su sátira de las bobas solemnidades de nuestra época, de los sermoneros que han aflorado como jaramagos en los tejados de la España plurinacional.
Como consuelo dediqué la tarde dominical a pasear por las páginas de ¡Viva Rusia! (Pepitas ed.), el guion a cuatro manos (Berlanga, Azcona, Berlanga niño y Manuel Hidalgo) de la frustrada cuarta entrega de lo que se quedó en Trilogía Nacional, ya con el inefable e idolatrado marqués de Leguineche muerto y su colección de vellos públicos destrozada, quizás metáfora de un fin de época. De esta lectura nos quedamos con una frase del inigualable y degenerado vástago de los Leguineche, Luis José: “La vida son matices, querido barón”. A ver si lo aprendemos todos.
También te puede interesar
Viva Franco (Battiato)
Javier González-Cotta
Osborne, el articulista quieto
La ciudad y los días
Carlos Colón
Suspiros de Sánchez
Las dos orillas
José Joaquín León
Montserrat en Montserrat
Confabulario
Manuel Gregorio González
Narcisismo y política
Lo último