La España negra

14 de julio 2025 - 03:08

En los dos últimos dos siglos, los españoles se han visto obligados, con frecuencia, a enfrentarse a momentos políticos como los actuales, en los que un negro y tenso ambiente lo contaminaba todo. Fueron tan frecuentes esas situaciones turbias y aciagas –los males de la patria los llamó Macías Picavea– que algunos acabaron preguntándose si no existiría un maleficio que, cada poco tiempo, sometía a los españoles a duras pruebas que difícilmente lograban superar. Otros pensaron que un funesto pasado histórico había determinado negativamente la triste entrada de España en la modernidad, mientras que los más partidarios de las reformas sociales, veían en las desigualdades económicas y faltas de libertad las causas de las tensiones violentas que periódicamente se reproducían. Pero dentro de este amplio abanico de opciones para regenerar España, suele olvidarse el papel de un reducido grupo de estudiosos que, a principios del XX, confiaron en la ciencia médica, en la observación clínica y en consecuentes medidas terapéuticas para solventar los problemas sociales que agobiaban a sus habitantes. Aquella España negra, descrita por Verhaeren y pintada por Regoyos, en un libro simbólico, en 1899, fue analizada como si se tratara de un organismo vivo víctima de una enfermedad endémica. Ya años antes, el médico italiano Cesare Lombroso había difundido unas teorías criminológicas destinadas a obtener gran acogida, sobre todo en España, donde penalistas, médicos y antropólogos utilizaron sus claves en un generoso intento para comprender y sanar aquellos males. Investigadores como Rafael Salillas, Bernardo de Quirós, Llanas Aguilaniedo y Dorado Montero, entre otros, merecen ser recordados porque se volcaron, al comenzar el siglo XX, en estudiar minuciosamente el hampa, el bandolerismo, la prostitución, el anarquismo, provistos de voluntad e ideas (supuestamente científicas), para poder, a partir de esos negros síntomas sociales, diagnosticar y curar a una patria decrépita en manos de unos políticos que solo se ambicionaban, como ahora, el poder. Aquello no pasó de ser una aventura intelectual y mesiánica –que dejó más libros buenos que resultados políticos– pero conviene recordarla, por si acaso, su ejemplo tentara de nuevo con otros planteamientos: la necesidad es la misma.

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