Crónica personal
Pilar Cernuda
Salazar, otra pesadilla
El otro día, dando un paseo por la ciudad antigua con un grupo de señoras, haciendo de guía, una de ellas me contó una historia triste y curiosa a la vez.
Tengo cuarenta y nueve años y, actualmente, estoy en desempleo, un bonito páramo durante los tres primeros meses, sin embargo, cuando ves que se está acabando la prestación, la incertidumbre de la espada de Damocles apunta a tu cuello.
Una vez a la semana, nos reunimos en la plaza de la catedral, que es el punto de encuentro y de salida, y a partir de aquí iniciamos la ruta cuyo objeto es conocer rincones olvidados de nuestra urbe.
A mí, la verdad, es que me encantan este tipo de actividades. Es muy hermoso ver las caras de señoras, mayores de sesenta y cinco años, cuando descubren lugares que llevan toda la vida en su ciudad y nunca lo han visto por las razones que sea.
La ruta que hicimos fue muy interesante, pues nos dedicamos a visitar las calles o las casas en las que nacieron o vivieron literatos locales de mucho boato.
Las calles de la ciudad son estrechas, al estilo de las juderías del resto del país, también existe una morería en la parte alta que linda con el castillo. Las calles son auténticos miradores desde los que se divisa la campiña.
En las callejuelas, antiguamente, antes de la reforma y ensanche de las mismas, con el consiguiente derribo de las casonas, se veían en la época de primavera y verano muchas golondrinas. Éstas hacían sus nidos en las zapatas de los tejados, produciéndose una cortina negra, una alfombra en el cielo de las calles. Empapándose de los rayos del naciente ocaso.
La ruta, en este caso, consistió en un paseo literario. Mi ciudad, que es una ciudad sin nombre, apenas sale en los libros de estudio, debido al olvido que ha sufrido desde tiempos inmemoriales.
Sin embargo, hay una serie de poetas y escritores del siglo XIX que hay que nombrar. Quizá, en el panorama literario español, no son muy conocidos, pero hicieron una gran labor literaria en su ciudad.
En mi ciudad sin nombre, los altos literatos actuales, que todavía no salen en los libros, consideran que los escritores y poetas nombrados no tienen categoría. Es mi ciudad una continua lucha fratricida, no sólo en cuestiones literarias.
Por todo esto, la ciudad no progresa.
Estábamos en la calle Joaquín Costa, cuando una señora, de pronto, comenzó a llorar. No por Joaquín, que fue el padre del Regeneracionismo español y que vivió en este pueblo sin nombre, sino que lloraba por su padre que murió al acabar la guerra civil.
La señora contó que su padre, junto con otros compañeros de izquierdas, se reunía en un local antes del Alzamiento, y que después de la guerra todos estaban escondidos, pues temían las ya sabidas represalias.
Unas semanas después de acabar la guerra, dos guardias civiles fueron a buscar al padre a la casa del barrio en el que vivía junto con su mujer e hijos.
La pareja preguntó por un tal Gonzalo, y una de las vecinas, la más dispuesta y valiente, contestó lo siguiente: " Pueden ir ustedes a buscarlo al cementerio, si les place"
Una semana antes, el padre de la señora, en una terrible caída falleció, cuando iba caminando a hacer un mandado.
Los guardias civiles salieron desconcertados.
Nunca se debió de acabar con las golondrinas.
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