Gargantúa y Pantagruel

27 de diciembre 2025 - 09:35

Beber y comer cuanto podamos. Que no se vea el mantel de tanta comida y bebida. Que sobre; que sobre siempre. Que mañana haya que comer sobras; y pasado también. Hacer nuestra voluntad en la abadía de Thelema. Convertirnos en Rabelais por unas semanas… Ese es el espíritu navideño que nos queda cuando lo despojamos de todo su simbolismo; un carnaval anticipado donde el descontrol se enmascara con el incienso de la falsa idolatría. En la actualidad el invierno se ha transformado en una fiesta perenne y las calles se inundan de personas con el único anhelo de pasarlo bien, como un antiguo holocausto o una bacanal oficiada por la Vanidad, convertida en diosa madre.

Antes la Navidad era para los niños y la familia; y así sigue siendo, solo que el mundo se ha vuelto loco. Salir un rato y ver mareas de gente por todas partes, sin rumbo fijo, gastando, bebiendo, comiendo, cantando, bailando... Gente de toda edad y condición disfrutando del fin de año como si fuera el fin de un mundo caduco y sin salvación posible. Es la parusía de la juerga, el culto a la adolescencia eterna…

Señoras y señores de más de cincuenta años de edad comportándose con menos talento que sus hijos, vistiendo como cuando iban al Shakespeare, al Copain o al Pastanache (míticos antros del Jaén sigloveintesco), cantando a pleno pulmón canciones de su juventud perdida y agarrándose a la copa como si fuera el clavo ardiendo de su decadencia. Y que conste que yo, ser miserable donde los haya y, por ello, natural y normal como el que más, sin aspiración alguna a la santidad, también soy uno de esos especímenes callejeros, de quienes solo me distancia mi aún vigente condición de casado. Pues en Navidad, como en el gimnasio, aflora el divorcio como otra forma de recuperar la añorada libertad de antaño.

Pasada la resaca y el empacho, retomo la idea del primer párrafo para hablar del simbolismo de la Navidad. Ya se crea en Jesús, María, Mitra, el Sol Invicto, las Saturnales, el Solsticio de Invierno, Papá Noel, en todo a la vez o en nada en absoluto, los últimos días del año representan un punto de inflexión donde todos buscamos lo mismo: pasar con alcohol y comida los malos tragos de la última traslación y coger con esperanza, fuerza y ánimo suficientes la que está por comenzar. Solo que esta prueba conlleva una pesadez de estómago y un regusto amargo del que somos conscientes en cuanto nos metemos la última uva en la boca y bebemos de una vez la sidra o el champán que nos hayan servido y derramado a partes iguales: nada ha cambiado, somos los mismos, no hemos visto la luz, aquí seguimos con nuestros fantasmas, solo que un año más viejos. Quizá el año que viene todo cambie. Otra vez...

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