Ignominia

Vericuetos

05 de julio 2025 - 08:00

Las tardes de domingo son la antesala de la pobreza. Son horas que se intentan inhalar lentamente, como colillas a punto de extinguirse. En eso andaba cuando me asomé al balcón, pasando del frío aire acondicionado al fuego abrasador de la calle, con tal de compartir un poco de la libertad que tienen los pájaros al volar por encima de nuestras cabezas. Fue entonces cuando comprobé que al fondo, en la plaza, había una ambulancia, varios policías y una multitud tras el precinto. Parecía la típica pelea entre borrachos, con botellazo incluido, de esas que suceden a horas intempestivas y con pocos testigos… Hasta aquí todo normal, así que regresé con apatía e indiferencia al interior de mi refugio antes de derretirme.

Pero no. Al día siguiente, ya en plena miseria madrugadora, supe que había sido un crimen en la pequeña tienda junto al bar. Puñalada en el cuello, golpe en la cabeza, muerte del propietario a la una de la madrugada… Sin detenidos. Siempre resulta impactante un asesinato cerca de donde uno vive, porque la Parca no es buena vecina. Morir por treinta monedas, a veces solo por una, resume nuestra fragilidad y lo injusto e incontrolable de este mundo. Que la tierra le sea leve, descanse en paz.

Ese hombre, que rozaba la sexta década de vida, regentaba su negocio familiar de forma tranquila desde hacía años. No era yo un cliente asiduo a su establecimiento, pero puntualmente sí le compré gusanitos y otras chucherías para mis hijos. Alguna vez incluso con ellos de la mano… Allí mismo, donde tiempo después se desangraría sin solución.

Pronto comenzaron a aflorar en redes sociales, ese fiel espejo de la ignominia humana, mensajes mostrando su repulsa por el homicidio, su pena por la familia y, cómo no, pidiendo justicia. Pero, sobre todo, los mensajes más indignados y rabiosos pedían una cosa por encima de todas: la nacionalidad del asesino. Nadie pidió, en cambio, la nacionalidad de la víctima; pakistaní para más señas, por si les interesa a ustedes.

Este es el legado que estamos dejando a las generaciones futuras, a esos niños y niñas que viven en nuestras casas y que en un futuro serán padres y madres. Ese es el caldo de cultivo para que caigan presos del odio racial, del prejuicio banal y, por desgracia, de los salvapatrias aficionados a las peleas salvajes de octágono y a desokupar a golpe de camisas pardas y esteroides, mientras ondean cruces de Borgoña alegando motivos históricos. Esos, que no se han leído un libro entero en su puñetera vida y que ahora van dando lecciones de legado…

Volviendo a la causa inicial de este artículo, hubo una detención. Un joven español de veinte años que, tras prestar declaración, fue puesto en libertad con cargos y medidas cautelares. Y nuevamente regresaron los mensajes de odio, ahora contra la comunidad gitana, la Justicia en general y, cómo no, Pedro Sánchez… Este es el mundo que nos ha tocado vivir, amigos; y, como suelo decir a menudo, ya mismo es lunes. Pero antes será domingo por la tarde y los pájaros seguirán volando sobre nuestras cabezas, agradecidos de no ser humanos.

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