Viva Franco (Battiato)
Javier González-Cotta
Osborne, el articulista quieto
Como cuentan todas las crónicas, el Parlamento andaluz se convirtió el pasado jueves en un barrizal debido a las acusaciones mutuas de PP y PSOE de acoger bajo sus protectoras alas de gallináceos sistémicos a machirulos acosadores. Asistimos atónitos a cómo se está arrastrando el nombre de personas sobre las que ni siquiera hay abierta una investigación judicial. Es el caso del sevillano Francisco Salazar, que en apenas unas horas pasó de convertirse en una pieza imprescindible de la secretaría de Organización del PSOE a ser un auténtico apestado al que le han colgado la peor de las etiquetas: “acosador”. A Salazar se le podrían reprochar muchas cosas. Solo por ser del núcleo duro de un presidente como Sánchez merecería pasar a las colas del Inem. Pero no por unas denuncias anónimas que no demuestran absolutamente nada y que bien podrían esconder intenciones que se nos escapan.
Uno de los lemas más nefastos de la ola feminista es aquel de “yo sí te creo, hermana”. Nace del convencimiento –más mágico que científico– de que los jueces tienden a no creer a las víctimas de violaciones. Un juez debe ser muy parco en sus creencias, como aquel paradójico coronel carlista que no creía ni en Dios, ni en la patria, ni en el Rey. Lo único en lo que deben creer los jueces es en las pruebas y en las garantías judiciales. Todo lo demás es demagogia barata y linchamiento.
Francisco Salazar ha sido víctima de esa creencia de que el heteropatriarcado favorece la cultura de la violación, cuando el asunto es mucho más complejo. El problema del machismo es que idealiza en exceso a la mujer, bien como ángel puro o bien como bruja satánica. No pocas veces, feministas y hombres de vieja estirpe coinciden en ver a las féminas como seres de luz en vez de como a mamíferos complejos. Este neopetrarquismo de garrafa tan en boga es acompañado con una estigmatización de los varones que puede llegar a excesos ridículamente peligrosos, como ese científico que ha llegado a afirmar que los varones son una mera equivocación en la carrera evolutiva. Estamos a un paso de la castración masiva. Los femilistos son una de las tribus más ridículas de nuestro tiempo. En conclusión: para arruinarle la vida a una persona hay que tener algo más que una denuncia anónima. Eso se llama civilización.
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