
Envío
Rafael Sánchez Saus
¿Qué está ocurriendo en PARES?
Alto y claro
La inmigración es posiblemente el campo en el que más fácil resulta comprobar ese axioma de que el populismo es la proposición de soluciones fáciles para problemas complejos. Se está viendo con alarmante claridad en los Estados Unidos desfigurados por el trumpismo y en una Europa que a medida que avanzan los meses se va convirtiendo en un territorio donde anida el miedo. El auge de los movimientos de extrema derecha en países que durante décadas fueron ejemplo de avance social como Francia o Alemania no refleja otra cosa que el pánico al abismo que se abre entre un orden mundial que se ha quedado caduco y otro que empieza a emerger cargado de negros presagios.
El miedo al inmigrante es el miedo al otro, al que tiene unas costumbres y una cultura diferentes. Por eso se le estigmatiza como delincuente o como un depredador que viene a quitar el trabajo a los aborígenes y, en definitiva, a terminar echándolos con lo que los ultras europeos llaman el “vuelco demográfico”. Es un esquema simplista, pero que funciona, como demuestran los resultados electorales de los últimos años en la mayoría de los países europeos o la evolución y las perspectivas de Vox en España.
Cualquiera que se haya preocupado de mirar por encima la historia de España en los siglos XIX y XX sabe que la emigración es uno de los fenómenos que más han marcado a un país que durante décadas se debatió entre la miseria y las grandes convulsiones sociales. Debe haber pocos españoles de hoy que no tengan en sus dos o tres generaciones anteriores antepasados que se tuvieron que ir a buscar la vida lejos de su tierra. Y saben, por tanto, que la persona que se arriesga a dejarlo todo para empezar en otro lugar no tiene otro objetivo que mejorar sus condiciones de vida y, si pueden, regresar algún día.
Claro que es un fenómeno complejo que requiere grandes dosis de política, en el sentido más noble del término, y que es un error transmitir la imagen de que España es un Estado sin fronteras en el que basta llegar para entrar. Pero fomentar el miedo y el odio es un desatino todavía mayor que solo puede contribuir a agravar el problema. Es precisamente lo que buscan los que quieren convertir al inmigrante en el vertedero de su miedo y su incultura.
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