Viva Franco (Battiato)
Javier González-Cotta
Osborne, el articulista quieto
Aunque mi estofa es la de proletario de la pluma, tengo alma de cayetano. Por eso no sufro al declarar solemnemente que no hay ministro de Hacienda bueno. Tampoco Solbes. Soy consciente de que esta afirmación escandaliza a los socialdemócratas de toda la vida y sus aliados liberticidas, que inmediatamente empuñan el listado de hospitales, carreteras, ayudas sociales, dádivas a las nacionalistas y todas esas cosas en las que se asienta el Estado del Bienestar español. Bueno, no les quito la razón, pero tengo claro que lo necesario no es sinónimo de bondadoso. Las haciendas públicas, desde su nacimiento en el tercer milenio antes de Cristo, han sido uno de los generadores de mayor inquietud entre los súbditos del Estado en todas sus versiones, desde las castas sacerdotales de las primeras urbes hasta las actuales y omniscientes administraciones democráticas, pasando, claro está, por las monarquías y señoríos del Antiguo Régimen, con su interminable listado de alcabalas, censos, portazgos, millones y sisas. Y no nos referimos al orondo ricachón de puro y chistera, sino a las clases trabajadoras y profesionales que siempre tienen la sensación de que dan más de lo que reciben.
Por lo dicho, no seré yo el que llore por la pena de telediario a la que (por ahora) está sometido el señor Cristóbal Montoro, terrible e inmisericorde ministro de Hacienda en gobiernos de Aznar y Rajoy. Por lo leído y oído, difícil será probar algunas de las acusaciones que recaen sobre Montoro, pero lo que ya ha quedado ampliamente acreditado es que el hasta hace unas horas político popular era un ejemplo del uso de la Hacienda pública como herramienta para amedrentar a los que se oponían a su santa voluntad. Solo por eso ya merece la tarjeta roja.
Si Montoro fue un corrupto lo verán esos jueces que, según el PSOE y la izquierda, son unos peligrosos agentes ultraderechistas. Pero de lo que no hay duda es de que el PP ya pagó políticamente con creces sus indudables escarceos con la corrupción. Lo hizo sufriendo una moción de censura y un abrupto desalojo del poder que acabó con todo un señor presidente del Gobierno dándole al vaso en un reservado de Madrid. El PP de Feijóo es una nueva etapa que no tiene por qué cargar con las culpas de un ministro al que no lo querían ni los supuestamente suyos. Comprendo que es inevitable para el PSOE el pretender igualar el caso Montoro al caso Cerdán (el PP haría igual), pero en el primero ya se pagaron las cuentas políticas y en el segundo no.
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