Crónica personal
Pilar Cernuda
Salazar, otra pesadilla
Entre las cosas exóticas que tomamos por normales está esta: que la misma persona capaz de ayudarte a subir la compra, de ceder el paso en la acera y hasta de comprar un paquete de garbanzos para el Banco de Alimentos, se transforma en una mala bestia cuando se pone al volante: te adelanta en plan chungo, te pita a la par que te insulta y, si pudiera, te pasaba por lo alto. Ídem, el comprensivo marido (o padre o novio o cuñado…) torna en severo copiloto al que arriar en la primera esquina y alejarnos mientras lo vemos menguar por el espejo retrovisor. No es que proponga una ciudad y ciudadanía como la de la peli Blue Velvet, con coches de bomberos pasando saludantes y despaciosos. Esa urbanidad era metáfora de la represión, de la ciega luz que cobija las sombras. Pero tampoco me acostumbro al tráfico y a la descortesía vial de la nuestra. Otrosí, no me trago esa milonga de que la misma persona es un cabronías en el trabajo pero un amor en casa, un santo en misa y un demonio al volante: somos uno y lo mismo todo el tiempo. Otra cosa es que disimulemos. Hay un acuerdo tácito y contagioso, una ley no escrita que nos autoriza a mostrarnos al volante sin caretas. El asunto da para un tratado junguiano.
Me rechistarán que esto es así en todo el mundo. Y que en algunos sitios es aún peor. Conforme; yo también he estado en Catania, en Ciudad de México, Moscú, Amán, Bogotá, Estambul… Pero no me negarán que Sevilla ofrece condiciones idóneas para fomentar la conducción malaje. Aparte del gusto local por automóviles como tanquetas, en muchas calles las señales del suelo están desdibujadas. Como también algunas señales de dirección, comidas por el sol, en las carreteras de acceso. En otras, los coches y furgonetas paradas y a menudo subidas en la acera reducen el espacio de tránsito. En Pagés del Corro, por la única vía que los vehículos parados dejan en ciertos tramos, se alternan a menudo quienes vienen por izquierda y derecha. A propósito de la obra en esa calle, a nadie se le ha ocurrido aún reprogramar el semáforo del Paseo Colón para que puedan girar hacia el puente de Triana más de tres coches cada vez. Los baches, grietas y desniveles nos llevan de vuelo, que diría Juanillo de Yepes. Por no hablar de la falta de aparcamiento, ni de la creatividad que ello despierta. Para la entropía perfecta, solo nos faltaría que Sevilla estuviera en cuesta. Todo es ponerse.
También te puede interesar
Crónica personal
Pilar Cernuda
Salazar, otra pesadilla
¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
La nueva España flemática
La lluvia en Sevilla
Carmen Camacho
Nadie al volante
El mundo de ayer
Rafael Castaño
El grano