Noche de San Antón, en el casco histórico de Jaén, plaza de San Juan

22 de agosto 2025 - 08:00

Apunte de una historia que comienza

La plaza está llena y yo siento lo contrario. Siento que está vacía. El silencio lo cubre todo. No atiendo las frases que me dirige Ignacio. Desde que la he visto entrar, es como si el tiempo se hubiera parado. Tengo la sensación de que la conozco desde siempre. Quizá soñé con ella en algún momento de mi vida. Quizá la identifico con alguna musa de los poetas del 27, de Salinas, por ejemplo. Para mí, junto con Cernuda, el mejor bardo que le cantó al amor.

El tiempo, que siempre se nos escapa de las manos, del que no podemos huir, escapar de su influjo, esta vez me ha dado una pausa. El movimiento en la plaza ha desaparecido, todo y todos parecen estar inertes. Hasta la llama de la lumbre ha dejado de bailar. Sólo yo puedo moverme. El reloj de la torre también se ha parado. El tiempo está siendo muy generoso conmigo. Nunca lo voy a olvidar. El cielo es estrellado, a pesar de ser una noche de invierno.

La quietud de la plaza me invita a acercarme a ella y a mirarla. Es muy hermosa, con los ojos azules y el cabello rubio. No es necesario mirar más ni describirla. El tiempo es de Dios, que me lo ha concedido para poder admirarla.

Quiero averiguar todo sobre ella. Saber si su visita a la lumbre es circunstancial o vive en el barrio. En todos estos meses en los que llevo viviendo aquí nunca la había visto. Sus piernas están muy bien formadas, pueden pasar por las de una bailarina. El tiempo la ha parado para mí, con una sonrisa. Ojalá esta sonrisa me acompañe toda la vida.

La soledad que he estado buscando al venir a vivir al casco histórico es una de mis imposturas. Nadie quiere estar solo. Puedo presumir de tener como única compañía la poesía y la música, las lecturas cuando el crepúsculo avanza con sus brazos de oro… Sin embargo, siempre necesitas estar al lado de alguien. Cuando me asomo al balcón escucho las voces de los niños de mis vecinos o los veo sentados alrededor esa mesa, cubierta por una pérgola, en la terraza. Me imagino a los jóvenes padres cómo tapan a sus hijos en las frías noches de invierno o acuden a su llamada cuando se desvelan a causa de un mal sueño.

Es mentira cuando decimos apostar por la soledad. La soledad, ciertamente, es necesaria, pero siempre que sepas que vas a volver al amparo, al cobijo, a la compañía, al amor de una familia.

Me acuerdo, ahora, de una tarde de septiembre, cuando mi abuela Carmen me lo volvió a recordar. Fue su última advertencia. Esa misma tarde se murió. No te quedes solo, encuentra una compañera. La vida es un camino de dos. Un sendero que es más fácil de recorrer cuando hay dos personas que andan por él.

La tarde todavía era calurosa. Aunque en la habitación hacía frío. Ese que anuncia la llegada de la muerte. Mi abuela murió tranquila. Vivió mucho. Ella quiso marcharse antes. Perdió una guerra y sufrió una posguerra. Se fue con él, con mi abuelo, en esa tarde de septiembre, cuando el verano todavía se resistía a convertirse en otoño.

Parece que es un sueño lo que está ocurriendo. Aunque yo sé que es real. Sé que en la plaza todo el mundo parece estar durmiendo. Sé que la lumbre no se mueve; de momento, el pelele se está salvando. Sólo faltaría que el lagarto que está ardiendo (ahora mismo no) resucitase y me invitará a dar un paseo por la vieja ciudad, a la vez que me reprocharía el mal estado en la que esta se encuentra.

El lagarto forma parte del imaginario popular. Hubo un escritor antiguo que lo rescató de la prisión de la mala fama en la que lo encerró la leyenda para hacer de él un animal bueno que velaba por la ciudad y sus habitantes. Creo que el libro se titulaba “Cuentos y Crónicas del Lagarto de Jaén”.

El escritor tuvo la habilidad de transformar al animal en el guardián de las costumbres y tradiciones de la ciudad.

Voy a tocar a la muchacha a ver si tengo la suerte y el tiempo me la despierta. Que sólo despierte a ella. Sin embargo, no me atrevo. No sabría qué decirle; hablarle de poesía, de música, sería muy pedante. Estoy totalmente seguro.

Una de mis imposturas tiene que desaparecer. La soledad me está agotando.

Necesito compañía, necesito a alguien con quien compartir mis desvelos.

Cuando subo a la montaña quiero hacerlo en compañía. Y ella es mi salvación, mi guía. Lo supe desde que la vi esta noche.

Escucho el susurro del viento. El tiempo me lo envía para avisarme de que mi prebenda va a finalizar. Pronto volverán a nacer los murmullos, las conversaciones de los que están en la plaza, y no me voy a atrever a tocarla.

El viento es más fuerte. Por fin, la toco. Se despierta. Y sus ojos encienden la noche. Me mira y no se asusta. Me da la mano y comenzamos a bailar alrededor de la lumbre que, también, se despierta y se mueve para nosotros.

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