Del Gran Eje a La Alameda
José Luis Marín Weil
La paloma del parque
En un octavo piso de la calle Baeza aprendí a observar Jaén. A conocer parte de su intimidad más recóndita.
Tomaba los prismáticos de las monterías de mi abuelo. Grandes y pesados. Y como si fuera un guardia del ICONA me ponía a observar. Las mañanas, tardes y noches me las pasaba – en gran parte- observando el deambular de la gente por la Plaza de las Batallas y el Parque de La Victoria.
Allí se patinaba, pero no como ahora que se sube y se baja por Jaén en patinete eléctrico. Se llenaba de niñas patinando con patines de línea y chavales intentando hacer virguerías con el monopatín. Las parejas paseaban carritos de bebés sorteando los pepinazos de los balones de fútbol desperdigados de jugadas entre imaginarias porterías de fútbol que se delimitaban entre bancos de madera y farolas. Las familias desayunaban churros en el Kiosco, la Banda Municipal hacía resonar las mañanas de los domingos jaeneros interpretando su repertorio en su templete mientras los niños echaban gusanitos a los patos en su estanque o se paseaban en destartaladas bicicletas de alquiler.
Todo eso, a la vez, era Jaén al llegar el fin de semana. Y mucho de todo aquello se ha perdido.
Cristina Nestares me recordaba recientemente que es el barrio de La Victoria el nombre del barrio de Las Protegidas. Y de ahí el viejo estadio de fútbol de las glorias del Real Jaén, que hasta en su himno comienza situando en “el campo de La Victoria” el punto de partida de su historia en pleno centro de la ciudad, donde el parque que la memoria histórica dio en rebautizar como parque de La Concordia, siempre fue lugar de celebración de la vida festiva según Jaén.
Ese parque que en la memoria de nuestra historia siempre se seguirá llamando como lo conocimos de pequeños hasta que crezcan varias nuevas generaciones de jaeneros: el parque de La Victoria. O el de los patos, Porque allí siempre hubo un estanque con patos.
Ahora, pasado el tiempo, ese parque vive por estas fechas una imagen que el invierno con su dureza siempre nos trae cuando el calendario amarra a Jaén a todo su inmenso olivar durante semanas. Ese lugar se convierte en refugio de apátridas en busca de un tajo en la aceituna. Es un ir y venir constante de vidas anónimas que toman posesión de sus jardines y bancos convirtiéndolo en un territorio hostil cuando cae la tarde, la noche se cierra y el termómetro se desploma, plagando de cartones y mantas las entrañas del centro de Jaén.
Allí encontraron la muerte dos jóvenes chiquillas con idéntico origen, procedentes de esa colonia colombiana que en Jaén es bastante más extensa de lo que podemos imaginar. Un suceso que ha venido a escribir una nueva página en la crónica negra jaenera porque todo se ha magnificado por encima de lo prudente.
En Jaén y en ese parque han puesto el foco los medios nacionales y ante toda España nos lo han tildado de lúgubre e inseguro para arriba, rellenando minutos en la televisión más sensacionalista posible, estrujando hasta el infinito y más allá los límite y limitaciones de la ética periodística e invadiendo imprudentemente el preceptivo secreto de sumario decretado por el Juzgado de Instrucción Nº4, que se sitúa a un paso del lugar de los hechos.
Hasta la Asociación de la Prensa de Jaén ha tenido que salir al paso para pedir mesura a los medios nacionales que han removido esta ciudad de arriba abajo buscando titulares, testimonios y morbo a borbotones.
Mi abuela siempre nos decía que una paloma del parque venía hasta su terraza para contarle los secretos porque se enteraba de todo lo que pasaba en Jaén.
El desatado ruido mediático que ha despertado esta tragedia me ha traído el recuerdo de aquella imaginaria paloma que todo lo veía en ese parque y custodiaba los chismes de lo que ocurría y nadie se enteraba. Muy lejos del sensacionalismo que hemos vivido durante estos días.
También te puede interesar
Del Gran Eje a La Alameda
José Luis Marín Weil
La paloma del parque
Vía Augusta
Alberto Grimaldi
¿Hay también una ‘vía extremeña’?
La lluvia en Sevilla
Carmen Camacho
¡La guapa, no!
¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
María Jesús Montero, tocada
Lo último