En tránsito
Eduardo Jordá
¿Tú también, Bruto?
Tras el congreso celebrado el pasado fin de semana en Madrid, todo parece indicar que Alberto Núñez Feijóo va en volandas hacia el Palacio de la Moncloa. No hay que hilar muy fino para concluir que ese paseo triunfal tiene mucho más que ver con los deméritos del contrario que con los méritos propios. Pero esa es otra historia y lo cierto y verdad es que el candidato del PP nunca ha estado tan cerca de alcanzar su objetivo de devolver el poder a la derecha, desalojada del Gobierno tras la moción de censura de 2018. No es la primera vez que Feijóo siente ese vértigo. En las elecciones generales de 2023, acariciaba el triunfo y se cayó con todo el equipo porque Pedro Sánchez fue mucho más hábil a la hora de tender alianzas, aunque eso le supusiera decir que lo blanco es negro y lo negro blanco. Es de esperar que Feijóo haya aprendido y abandone ese tono de todo está ya hecho que se desprendía de su discurso del domingo.
Si la lección no estuviera todavía bien fijada, convendría que el líder gallego tirara de teléfono y mantuvieran una conversación larga y sincera con Javier Arenas. El hoy venerable senador, al que en la práctica se le puede considerar como el arquitecto del Partido Popular en Andalucía, iba como una flecha para convertirse en presidente de la Junta de Andalucía en las elecciones de 2012. No es que lo tuviera todo a favor, es que se daba por hecho que por primera vez en la historia de la autonomía andaluza se iba a producir la alternancia. Se lo creía también el propio Arenas, que sucumbió al encanto de una campaña en loor de multitudes y en la que había guantazos por hacerse una foto con él. Tanto es así que durante aquellas semanas el candidato del PP iba por las provincias andaluzas repartiendo cargos y expidiendo credenciales de amigos y enemigos.
No había encuesta que no lo colocara en la mayoría absoluta, en un ambiente en el que todavía se vivía la resaca del aplastante triunfo de Mariano Rajoy en las generales de noviembre de 2011 ante un PSOE hundido por la crisis económica y por Zapatero y en el que el escándalo de los ERE empezaba a proyectar su letal sombra sobre la política andaluza. Tan seguro estaba el candidato Arenas que se negó a asistir al debate organizado por Canal Sur.
Pero pasó lo que pasó. Y lo que pasó fue que el PP de Arenas se quedó a cinco escaños de la mayoría absoluta, que el PSOE aguantó mejor de lo que se esperaba y que Izquierda Unida dio un salto que permitió a José Antonio Griñán comprar su apoyo al módico precio de una vicepresidencia de figurón y tres consejerías. Javier Arenas se quedó compuesto y sin San Telmo. La bofetada que le dieron la urnas fue sonora. A partir de ahí su estrella política declinó y nunca volvió a brillar. Se tuvo que conformar con ser el muñidor de maniobras de todo signo en el PP andaluz, pero ya entre bambalinas. Convendría que Feijóo mirase un poco al suelo y aprovechara la lección que Arenas aprendió en carne propia y que tiene que ver con la piel, el oso y con otras cosas.
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