Vericuetos
Raúl Cueto
El pataleo
Desde tiempos remotos, los pueblos han sufrido el asedio de sus enemigos. Saqueados, rodeados, atacados y vejados hasta ser rendidos por hambre. Así, visto desde la distancia, estremece la falta de humanidad.
Pero no es ésta una costumbre desterrada. Miles de años después, y a pesar de todos los avances tecnológicos y científicos, a pesar del disimulo hipócrita del pensamiento woke y de las agendas verdes que quieran inventarse, aún hay pueblos, muchos, con ansias de expansión, de tomar lo que no es suyo, de robar las tierras y sus riquezas, de horrorizar y matar a los vecinos. Los enemigos, en geopolítica como en las empresas, salen hasta de debajo de las piedras y hoy, siglo XXI, las armas son diferentes pero las pretensiones son las mismas: matarte y quedarse con lo tuyo. Así de simple; y así de cruel.
La maldad está en todas partes, algo que frustra, pero no extraña. Lo que sí sorprende, y no favorablemente, es cuando el asedio no es del enemigo, sino propio, correligionario, amigo. Asedio de aquellos que deben asegurar tu libertad y tu bienestar. Cuando son aquellos elegidos para gobernar los que te hacen sentir el hostigamiento y el hastío más profundo, cuando asaltan y se burlan de la justicia y de la separación de poderes, cuando intentan manipular a los medios de comunicación, engañarte y robarte el futuro mientras desvían tu mirada hacia tierras y asuntos ignotos…, te preguntas por qué ahora te quieren vasallo, pero no un vasallo cualquiera, sino uno necio, ignorante y teledirigido. Uno que aplaude cuando se lo indican. Entonces, camino del vasallaje, el hambre física acucia, fruto de no llegar a fin de mes, y te preguntas si sacar la bandera blanca, pero el hambre moral, la de la justicia y los principios, te sostiene erguido y te niegas a rendirte.
Esa otra cara del hambre, más feroz que el desmayo, es la desesperación, y un hombre desesperado es capaz de cualquier cosa, incluso de devorar a sus semejantes, antes de caer rendido.
La historia de los pueblos es también la de su lengua, que crea refranes, dichos populares que encierran verdades como puños, como ese que cuenta que, cuando el español canta, o está jodido o poco le falta. Pues bien, ya han empezado los cánticos; Dios nos libre de lo siguiente. Porque suele ocurrir que, antes de rendir la plaza, las ansias de libertad te ponen en pie y luchas. Porque el hambre es muy mala, pero la muerte en vida es peor.
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