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Memoria de piel de toro (Universidad de Sevilla, 1992) es un libro divertido, curioso y agotado. Recoge los recuerdos como fotógrafo taurino de Bernardo Víctor Carande, cuando trabajó durante tres temporadas para la revista El Ruedo, a la que la Prensa del Movimiento quiso convertir en una especie de Life taurina. Bernardo Víctor Carande (hijo de don Ramón Carande) era un hombre de mil haceres, que lo mismo ejercía de virgiliano agricultor en los campos de Badajoz que de escritor de novelas, poeta, editor, o agitador cultural en la Sevilla cincuentera. También, como se ve, de fotero en ruedos, tentaderos y dehesas. Memoria de piel de toro es un divertido viaje en coches sin aire acondicionado por la geografía taurina del verano ibérico, con personajes mitad pícaros mitad periodistas. Si hoy lo tengo en mi biblioteca es gracias a la generosidad de José Manuel Quesada, librero de Alejandría, quien me lo regaló junto a uno de los ejemplares de Capela, el “Boletín de información personal de un hombre que vive en el campo” que editó Bernardo Víctor durante largos años desde su homónima finca en tierras extremeñas.
Por supuesto, esta Memoria de piel de toro está plagada de anécdotas y conversaciones con toreros, un poco al estilo de Historia de una tertulia, del maestro Díaz-Cañabate. Es en este libro de Carande donde creo que leí (y si no, pues da igual, porque es un placer recordarlo) que el Cordobés solía decir: “El mejor amigo del hombre es el jamón. Lo del perro es mentira”. El aforismo, como casi todos, es erróneo, porque, en nuestra modesta opinión, el mejor amigo del hombre no es ni la divina cacha del cerdo ni ese aristócrata de los mamíferos que es el can, sino los árboles, más en estos tiempos de calentamiento global en el que las olas de calor se han convertido en una realidad demasiado cotidiana. Incluso en un país de dendrofóbicos como es nuestra querida España, la toponimia está llena de nombre de árboles: El Fresno, El Algarrobo, El Robledo, La Nogalera, Castañares... lo cual nos indica la importancia que siempre dimos a la existencia de árboles y bosquetes en nuestros recalentados campos.
Por una vez hay que ser positivos. Pese a los incendios y a algunos que otros alcaldes mendrugos, hoy somos casi todos conscientes de la necesidad de cuidar y aumentar el arbolado, sobre todo en ciudades como Sevilla, donde el calor irá a más. Todavía quedan demasiados itinerarios urbanos que son imposibles de transitar a ciertas horas del estío. Es importante estudiar bien cuáles son las principales rutas por las que, como los ñus, nos desplazamos los sevillanos para construir esos túneles verdes que tanto se agradecen, los senderos de sombra por los que esquivar el infierno.
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