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Javier González-Cotta
Osborne, el articulista quieto
El alcalde, José Luis Sanz, tropieza en la misma piedra que lo hicieron todos sus antecesores de las últimas décadas: la limpieza de la ciudad. En los ya más de dos años de gobierno municipal del PP nada se ha hecho para mejorar un problema para el que los responsables municipales parecen no encontrar solución. Y si se ha hecho algo, ninguna traslación práctica ha tenido porque las calles de Sevilla siguen igual o más sucias que cuando en la primavera de 2023 se produjo el último relevo en la Alcaldía.
Las promesas de que la cuestión se iba a abordar con medios, recursos y eficacia en la gestión quedaron en eso, en promesas. La limpieza urbana sigue siendo una de las asignaturas pendientes de la ciudad y uno de los elementos que más distorsionan su imagen tanto para los vecinos como para los cientos de miles de visitantes que pisan, y ensucian, sus calles.
El paisaje de Sevilla lo componen contenedores malolientes rebosantes de bolsas que no se han recogido en tiempo y forma, papeleras saturadas o reventadas con un círculo de desperdicios a su alrededor y suelos churretosos que piden a gritos una escoba y un baldeo. Y si es fin de semana multipliquen esa fotografía por dos o por cuatro.
¿Por qué Sevilla, a diferencia de lo que ocurre en otras ciudades de dimensión o población similar, no es capaz de arreglar un estado de cosas que la afea para el turista y la hace antipática para el que tiene que vivirla? El que firma carece de títulos para aventurar una hipótesis certera de las razones de que este sea un problema de solución imposible. Pero aventurar que hay una gestión deficiente de los recursos asignados y que esos recursos son escasos parece algo más que una evidencia. Y conste que no es algo que quepa atribuir solo al Ayuntamiento del PP que ahora gobierna la ciudad. Los socialistas de la legislatura anterior fueron por lo menos igual de incapaces. Seguro que unos y otros pusieron voluntad en el empeño conscientes de que a la hora de las elecciones estas cosas se tienen en cuenta.
Todo ello lleva a concluir que en la sempiterna suciedad de Sevilla también tiene algo que ver la falta de educación cívica de los sevillanos y el hecho de que las oleadas de turistas que nos llegan cada día tampoco son un modelo de pulcritud. Es lo que tiene el turismo en el que la cantidad prima mucho sobre la calidad. Nótese que una de las zonas más guarras de la ciudad es su centro histórico, en el que el turista gana por goleada al local en la ocupación de las calles.
La suma de los dos factores, la ineficacia municipal y el escaso civismo de los que aquí vivimos y los que llegan de fuera, hace que Sevilla siga siendo una ciudad sucia. En algunas zonas y en algunos momentos, sucísima. No parece que este Ayuntamiento y este alcalde hayan encontrado la fórmula para revertir la situación. En esto, como en otras tantas cuestiones, Sevilla sigue estando muy por debajo de lo que se espera de ella.
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