Viva Franco (Battiato)
Topónimos que arden
Viva Franco (Battiato)
Escribe Rubén Amón en El Confidencial acerca del madrileño como plaga bíblica. En verano todo hijo del oso y el madroño deja de ser turista y se convierte en plaga egipcia. Habla de madrileñofobia a partir de un reportaje publicado en el citado medio. Al parecer, la humillación demoscópica es una evidencia: casi el 69% de los madrileños ha percibido animadversión en su lugar de veraneo. Duele.
Stop Madrid. Bullying capitalino. Madrid, no gracias. Piensa uno en una idea de Madrid y enseguida se le aparecen Ayuso en su pico necio de soflama y el ministro Óscar López como gatillazo de contrapunto. El madrileño cae mal. Nos invade y contagia. Centralismo mediático. Bronca en el Congreso. Bulos y rosarios en Ferraz. La auténtica pena del telediario es esta: lo último en fichajes del Real Madrid y del Atlético de Madrid (el falso club del pueblo que nos quieren vender como equipo simpático). El foco vírico lo expande el madrileño con sus prisas capitalinas y su frenesí entre el yoga y el brunch. Si al virus le añadimos el dejo de Carabanchel o de Parla, pues resulta explicable el enojo del país en los veranos. Por lo demás, cuánto madrileño sí que nos cae bien. El pobre.
Me pregunto si el sevillano ha extendido su plaga también por los litorales de Huelva y Cádiz. ¿Nos quieren? ¿Nos detestan en silencio? La madrileñofobia es evidente. Habría que ver si la sevillanofobia es ya un hecho. Si, salvo excepciones, arrastramos el narcisismo, el mal de la Cruzcampo, la psicomanía acerca de la restauración fallida de la Macarena. O lo que es peor, ¿y si contagiamos esa emulsión llamada sevillanía? No estoy dando ideas para que nos rechacen. Entre otras cosas porque igual ya nos rechazan cual estirpe de miarmas.
Recrea uno el ocaso por Huelva y piensa en la plaga que igual extendemos por Costa Maneli, Islantilla, Punta Umbría, Matalascañas... Peor debe ser la plaga por Cádiz. Sus playas son las favoritas del vírico invasor (casi un 50% de los sevillanos elije Cádiz en verano). Recuerda uno, cuando era joven y técnicamente julandrón, la aversión que despertábamos en Conil por culpa de la Expo 92. Nos echaban en cara con odio que todo era para Sevilla. Uno, en fin, se limitaba a sobrellevar la curda sin que le tuvieran que agarrar el cubata. Treinta años han pasado. El odio al sevillano, como aquella ginebra, quizá fuera de garrafón.
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