NOTAS AL MARGEN
David Fernández
Un milagro por Navidad: salvemos al país
Todos hemos comido sobras en más de una ocasión. A veces, de tanto almacenar, hemos tirado platos enteros pasados unos días esperando su turno en la nevera. En el fondo, cuando guardamos según qué restos, sabemos con certeza que acabarán en la basura tras dormir el sueño de los justos. Y esa sensación es justo la que tengo cuando escucho que ocho millones de personas sobran en este país. Esa frase, que apesta como carne en mal estado, me genera la nauseabunda sensación de ser yo mismo quien sobra en una nación donde un partido político que aspira a gobernar sea capaz de proclamar semejante barbaridad con total impunidad y sin despeinarse.
Ocho millones de inmigrantes; como cuando sobraban judíos. Ocho millones de deportaciones, entre ellas las asistentes sudamericanas que cuidan a nuestros mayores y que llevan la crianza y las tareas domésticas en las casas pudientes de más de cinco niños, o los camareros que sostienen la hostelería. Ocho millones de personas que según estos miserables jamás podrán ser españolas por un simple motivo de raza… En definitiva, ocho millones de problemas a eliminar para los que quieren de nuevo una España grande y libre.
Tengo muy claro que mis hijos y yo somos los que de verdad sobramos en un Estado donde se defienda que sobran ciudadanos, que sobran partidos políticos, que sobran inmigrantes, que sobran funcionarios, que sobran impuestos, que sobran organismos, hospitales y universidades públicas… Porque si permitimos que en nuestra sociedad todo sobre, tarde o temprano usted también sobrará por un motivo u otro y entonces se dará cuenta de que vendió su alma al diablo, creyendo que con sus promesas ganaría el cielo. Usted; sí, usted, a quien le brillan los ojillos cuando escucha a los Trump, Milei, Orbán, Meloni, Netanyahu, Abascal y demás guiñoles neoliberales… Usted, repito, ¿de verdad cree que expulsando a ocho millones de inmigrantes le iría mejor en su día a día? Piénselo bien, no vaya a ser que en un futuro tenga que cumplir con las tablas salariales y los convenios colectivos cuando contrate gente; o que pierda su cosecha por falta de mano de obra; o que tenga que cambiarle el pañal a su padre; o criar a sus hijos directamente; o limpiar su casa con sus propias manos… Y lo que es peor: no vaya a ser que en un futuro las cosas vayan mal y no tenga usted inmigrantes a quienes echarles la culpa de ser un malnacido. Piense bien lo que desea cuando sale de misa, no vaya a ser que esté creyendo usted en algo en lo que en el fondo no cree… Yo, por mi parte, ya tengo preparados los pasaportes de toda la familia, por si tenemos que emigrar donde no sobremos, ni nosotros ni nuestra dignidad. Por cierto, esta noche cenaré macarrones que me sobraron ayer.
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